Abandonar la misión en Pemba sería abandonar a mi familia
- On 27 de noviembre de 2020
OMPRESS-MOZAMBIQUE (27-11-20) Es lo que dice, desde Cabo Delgado, Mozambique, donde vive con su gente, con su comunidad, el misionero Eduardo Andrés Roca Oliver, un sacerdote de la diócesis de Zaragoza, misionero “Fidei donum” – literalmente por el don de la fe –. Nacido el 6 de julio de 1968 en Mequinenza, provincia de Zaragoza, se ordenó sacerdote en 1994 y partió a la misión en Angola, como sacerdote “Fidei donum”, apenas 5 años después. Allí en Malanje estuvo 10 años, hasta 2010, cuando se le encomendó una nueva misión en Mozambique. Su destino, la diócesis de Pemba, en Cabo Delgado, al norte de Mozambique. En esta entrevista habla de su misión.
-¿Qué se encontró al llegar como misionero a Mozambique?
Llegué a Pemba en 2012 como sacerdote diocesano “fidei donum”. Descubrí una realidad totalmente nueva, porque esta parte de la costa norte de Mozambique, en la provincia de Cabo Delgado, es mayoritariamente musulmana, el 90% de su población. Además, es de una tradición milenaria, porque es la primera islamización que de Arabia baja por el Índico y se extiende por toda la costa de África. Aquí, en esta zona, hay mezquitas que tienen mil años. La tradición musulmana africana que más se extendió desde los orígenes es la tradición sunita, pero con fuerte contenido sufí. Es decir, de una tradición que se puede considerar más espiritual, más tolerante, una tradición que busca más la presencia de Dios en la vida y que intenta que la vida esté en referencia constante con Dios. Esta tradición es la que influyó más en África, pero su difusión es también un poco compleja, porque en la realidad africana siguen teniendo mucha influencia las religiones naturales, el paganismo, y se trata de costumbres religiosas muy enraizadas. El Islam se mezcló entonces mucho con todas esas tradiciones, con la hechicería, con costumbres de religiones naturalistas, y provocó una realidad que es muy propia de aquí. Se trataba de un Islam tolerante, un Islam sufí, un Islam que incluso acogió a los cristianos y les ayudó a construir las iglesias a los primeros cristianos que llegaron aquí, al norte, como cuentan sus testimonios.
-Pero hace unos años este Islam se radicalizó, ¿qué sucedió?
Desde hace 15 a 20 años empezó a hacerse sentir aquí una escuela musulmana, que se ha ido extendiendo por toda África, y que tiene una fuerte influencia del Islam “wahabí”, esta tradición nueva en Arabia Saudita, que recupera el salafismo y que entiende el Corán de una manera fundamentalista y tiende a radicalizar las costumbres, los hábitos de comportamiento de las comunidades musulmanas. Es una tradición que defiende el uso del “nicab”, del rostro cubierto y la sumisión de la mujer. Es el radicalismo como lo conocemos ya en Occidente, que se alimenta del odio: a Occidente, a lo que no es musulmán de su tradición, y a lo cristiano, lo judío, o de otras religiones, paganismo o ateísmo… Todo eso es ‒como dicen ellos‒ “haram”, que quiere decir prohibido; el movimiento terrorista Boko Haram quiere decir precisamente “libro prohibido”. Lo “haram”, lo prohibido, es lo que atenta contra este Islam que ellos consideran el único válido, que se tiene que imponer a todos. Esta escuela musulmana, por llamarla de alguna manera, se va extendiendo; envían a muchos imanes a adoctrinar en zonas de mayoría musulmana especialmente vulnerables. En esta zona de Mozambique, esto ha sido así en los últimos 20 años; parece que en Tanzania, Kenia, Somalia, y más al norte, donde funciona el movimiento llamado “al sabbath”, otro movimiento yihadista, la presencia wahabí es bastante anterior.
-¿Cree usted que el extremismo encuentra en la pobreza un caldo de cultivo para sus fines?
Por supuesto, el Islam más radical penetra en zonas donde la pobreza y la miseria son profundas con mucha más facilidad, la realidad que están viviendo aquí los africanos permite entender a estos grupos. Es una zona, la frontera con Tanzania, donde hay una de las mayores bolsas de gas del mundo. Es una inversión de las multinacionales de muchos millones de dólares y todo esto que están trayendo aquí las grandes empresas, está provocando movimientos de desarrollo que son importantes, pero que no llegan al ciudadano de a pie, no llegan a las familias en las aldeas, que sufren mucho porque es muy poco lo que les llega. Han sido de algún modo apartados, no han sido integrados como sería de esperar en este movimiento de desarrollo. Entonces, este Islam ‒que predica que lo que viene de Occidente no es bueno, está prohibido‒, unido a la pobreza y a la miseria que el pueblo vive, hace que muchísimos jóvenes, más de mil jóvenes en mi parroquia, se hayan unido a los grupos terroristas.
-¿Cómo es ahora su misión?
Yo estoy en una parroquia de la periferia de Pemba, que es una ciudad pequeña, capital de la provincia de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique. La capital y la provincia en general están creciendo mucho. En la periferia se encuentran los barrios de Mahate y Muxara, junto con Paquitequete, son los que concentran población musulmana tradicional. Paquitequete es el barrio mwaní en la costa de Pemba donde estos días han llegado cientos de barcos trayendo niños y mujeres que huyen de los ataques. Como os decía, son barrios con más de mil años de tradición musulmana. Yo estoy en la misión qué fue la primera capilla cristiana de la ciudad de Pemba, donde llegaron los misioneros de San Luis Grignon de Montfort. Ellos estuvieron 10 años en Mahate, donde yo estoy ahora con otro sacerdote de Brasil. Somos un equipo de sacerdotes y una comunidad de misioneras benedictinas tanzanas. En esta zona la comunidad musulmana alcanza el 95% y los cristianos son una pequeña minoría. El Islam nos tolera en la medida en que llevamos adelante proyectos importantes como la escuela primaria (con más de 2.000 alumnos, de mayoría musulmana por supuesto); también un centro de atención a niños con necesidades especiales; además de la propia tarea pastoral de la parroquia. En esta misión de San Carlos Lwanga de Mahate estamos construyendo ahora la iglesia. Para mí, esto es importante porque es un símbolo, la única iglesia entre siete mezquitas. En 1940, los monfortianos levantaron la misión pero no construyeron la iglesia, al final se fueron al interior, a evangelizar a los makondes, que son los que están ahora siendo especialmente atacados por los terroristas.
Aquí, donde estoy desde hace 8 años, he conseguido asentarme, echar raíces, tener una presencia y establecer también un diálogo, pequeño, pero importante con el islam. Hoy hemos conseguido llevar a cabo algo de trabajo interreligioso. Las familias musulmanas, que son la mayoría, me ven con agrado, pero tampoco se comprometen a más; la relación es de respeto. He ido ganando confianza entre los musulmanes, son familias muy pobres, con muy poca formación. Nuestra escuela primaria de San Carlos Lwanga es una institución en el barrio que integra a todos los niños aunque muchas familias musulmanas siguen prefiriendo las “madrasas”. Nuestra misión de San Carlos Lwanga está rodeada de 7 mezquitas con sus “madrasas” respectivas.
-¿Tiene miedo por el avance del terrorismo, ha pensado en algún momento abandonar la misión?
Para mí, abandonar la misión en este momento aquí en Pemba sería abandonar a mi pueblo, abandonar a mi familia. Yo no soy capaz de irme. Pienso mucho en esa frase de San Óscar Romero cuando dice “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Mi pasión es aquí, en este pueblo de Pemba, quizás será mi muerte, no lo sé, en manos de Dios estamos y puede ser que resucitemos un poquito también en este pueblo.
No me ha pasado en ningún momento por la cabeza la posibilidad de abandonar San Carlos Lwanga, de abandonar una comunidad que ha crecido en estos 8 años, puedo tener ahora cerca de mil cristianos, y van creciendo. Hay mucha movilidad por el mismo problema de los ataques terroristas. Sabemos que la sociedad que nos rodea está radicalizada en parte, estamos en un clima de guerra, en un clima muy complicado, pero en absoluto les abandonaría. Sentiría eso como una enorme traición a mi gente, a mi comunidad, no podría hacerlo. Desde que empezaron los ataques terroristas en 2017, que no han parado, y han provocado esta crisis de refugiados enorme, a muchos de los cuales acogemos entre nosotros, estoy viviendo intensamente mi misión. Dejar la misión sería dejarlos también a ellos, y como dice el Papa Francisco, tenemos que ser un hospital de campaña.