Se fue el pastor con olor a oveja, por Mons. Rafael Cob
- On 29 de abril de 2025

Me llegan a la mente aquellas palabras que un día escuché: “¿Por quién doblan las campanas?” Cuando el Lunes de Pascua, al despertar la mañana, encendí la radio y escuché la noticia: ”Ha muerto el Papa Francisco”, me quedé cortado. Después de levantarme, corrí a buscar la bandera del Vaticano y ponerla en el balcón a media asta, para anunciar a la gente la triste noticia que nos llenaba de dolor y nos dejaba en un vacío difícil de llenar. Recordaba aquella frase de la canción de Alberto Cortez: ”cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo, una estrella se ha perdido, la que ilumina el lugar, y va dejando una huella que no se puede borrar”.
Ciertamente, el Papa Francisco se había convertido en el amigo en quien puedes confiar, el amigo que te acompaña, el amigo que te consuela, el amigo que te dice la verdad aunque te duela, Francisco era el amigo que aconseja y comparte el dolor ajeno, el amigo que camina junto a ti, el amigo fiel y el maestro que te enseña.
Ciertamente, cuando un verdadero amigo muere, deja un gran vacío en tu vida, difícil de reemplazar, algo de ti se lleva y algo de él en ti se queda, esa huella que no se borrará en tu camino, huella luminosa que no se apagará.
Se nos fue el amigo, se nos fue el pastor con olor a oveja porque, como buen pastor nunca dejó solo al rebaño, con el amanecía y anochecía, nos llevaba a buenos pastos, nos alimentaba cada día, se nos fue el pastor con olor a oveja, se llevó nuestro olor a oveja, el olor de su rebaño, nos acariciaba entre sus manos, nos protegía con su cayado, nos cargó sobre sus hombros, y cuando perdidos, nos buscó hasta encontrarnos.
Las campanas de la torre, doblan a muerto, deben sonar a tristeza y amargura del rebaño, recordaba como cuando alguien moría en mi pueblo y tocaban las campanas con sonido de difuntos, la gente se preguntaba: “¿por quién tocan las campanas?” Que su sonido no acaba y se prolonga en el tiempo, cual eco de eternidad huele a sabor de cielo, también de esperanza, suelta una dulce fragancia, para escuchar la pregunta: ¿por quién doblan las campanas?; para responder al silencio con voz sonora o callada: por el profeta valiente que luchó por la justicia, doblan por el profeta rebelde que gritó por la defensa de los pobres y los niños, del cuidado de la tierra, del migrante y el mundo herido, por el profeta que viene por el monte anunciando la paz contra la guerra, el perdón al que te ofende, el amor que sana a todos, y a todos acoge en su casa.
Murió el pastor con olor a oveja, el amigo siempre fiel, el maestro sabio y paciente, que enseña con su humildad y por delante su ejemplo, de quien conoce el camino, la verdad y la justicia, la fe y la esperanza, murió el gran misionero que atravesó fronteras, que escaló montañas, que caminó cual peregrino, por caminos y praderas, predicando la alegría del Evangelio. En fin, me dicen ahora, que no murió, que me aguarda allá en el Cielo, que en la Pascua allá voló con Jesús y con María, con José su intercesor y el ángel del alma mía. Gracias Papa Francisco quien estrechó tu mano un día, te abrace allá en el Cielo donde no hay dolor ni heridas. Fuiste el buen pastor que por nosotros diste tu vida.
Mons. Rafael Cob, obispo del vicariato apostólico de Puyo (Ecuador)