Paul Schneider, misionero en Etiopía: “Os pido que tengáis la misión siempre en el corazón”

  • On 5 de mayo de 2025

El misionero Paul Schneider, sacerdote de Getafe, escribe desde su misión de Lagarba en Etiopía, en lo que es su última comunicación, tras ocho años en la misión, antes de volver de nuevo a España, a un nuevo destino misionero, esta vez no tan lejos: Fuenlabrada.

“Melkam Fasika! ¡Feliz Pascua del Señor resucitado! Espero que estéis bien, con salud y unidos a la Fuente del Amor, que es Jesucristo. En este mensaje, que será el último que os escriba en este canal, os comunico con gran emoción que mi misión en Laga Arba y en Etiopía ha llegado felizmente a su término, y que me vuelvo a mi diócesis de Getafe. Digo felizmente, aunque me parte el corazón separarme de mi familia etíope y de la encomienda tan hermosa que la Iglesia y el Señor me han hecho en estos casi ocho años. Lo mismo que mis feligreses de Getafe y de Villanueva de la Cañada, las buenas y sencillas gentes de Lagarba tendrán siempre un lugar indeleble, único, en mi alma. Tengo el consuelo de que se queda con ellos el P. Kaleab, un sacerdote joven y apostólico. Los conoce muy bien, porque es oriundo de la zona, y la gente lo quiere.

Las razones para este cambio son varias. Tal vez la principal sea la conciencia de que mi misión allí está cumplida. Podría continuar en Lagarba cuarenta años más, como tantas veces ha sido mi idea y mi deseo, y sería feliz así. Las necesidades materiales son infinitas, y por esa razón también ellos, los nativos, me querrían retener para siempre allí. Ahora bien, mi cometido como pastor de almas de llevarles a Jesús, de llevarles a la Eucaristía, está cumplido. Los sacerdotes tenemos, como principal misión, enseñar a las personas el camino del Cielo.

Ya he estado hablando con mi obispo de Getafe D. Ginés, que me destina a la parroquia de nuestra Señora de Fátima en Fuenlabrada, a unos 20 km al sur de Madrid. Emprendo una nueva etapa de mi vida con renovadas fuerzas e ilusión, y me encomiendo una vez más a vuestras oraciones y sé que cuento con vuestra amistad.

Os quiero agradecer el apoyo económico que me habéis dado en estos años de mi misión. Con vuestras donaciones habéis contribuido a la construcción de una carretera de grava de varios kilómetros (de magnitud de obra pública, dada la orografía del lugar), rampas de hormigón a los lados del río Lagarba, dos pozos, instalaciones completas de sistemas de energía solar en la clínica pública de atención primaria de Kirara y en la iglesia y en la casa sacerdotal, la construcción de dos nuevas capillas dedicadas a san Miguel y a santa Clara, mejoras en la iglesia y en los establos, gallineros, nueva casa del guarda, vallado de toda la misión, plantación de centenares de árboles dentro y fuera de la misma, materiales litúrgicos para la iglesia principal y para varias capillas, herramientas de todo tipo, hasta generadores diesel y bombas de agua de gasolina para el riego de los cultivos, aperos de labranza para la misión y para labradores pobres, ayudas innumerables a las familias del lugar: medicinas, desplazamientos, becas escolares, jornales de los trabajos del campo, construcción de unas doscientas casas de tejado de aluminio, ayudas a las familias más pobres con ganado y grano para la siembra, y la dotación de pequeños comercios a familias y mujeres emprendedoras. No solamente habéis ayudado con dinero, sino hasta con ropa, calzado, libros en inglés, bisutería, artículos religiosos, juguetes y material escolar y deportivo que en distintas campañas habéis recogido y he hecho llegar físicamente en mis propias maletas y con la ayuda de visitantes y voluntarios. Vuestro afecto y generosidad, que Dios ciertamente os recompensará, les ha llegado a miles de personas de muchas formas.

A partir de hoy no me hará falta vuestra ayuda económica, por la que tan agradecido estoy. Todo lo que quedaba en la cuenta de la misión se lo he transferido a las misioneras de la Caridad de Madre Teresa de Calcuta en Etiopía, que tienen 17 casas por todo el país, siendo las principales las de Addis Abeba, Jimma, Dire Dawa, Gondar, Hawasa y Mekele. He trabajado estrechamente con ellas en todo mi tiempo en la misión, y sé que ellas le darán la máxima utilidad para atender a los cientos y miles de enfermos, moribundos, pobres y huérfanos que tienen en sus casas, costeando alimentos y medicinas, operaciones hospitalarias, bombonas de oxígeno y respiradores, material y personal de laboratorio para análisis, tratamientos de tuberculosos, cuidados de niños y mayores discapacitados, pacientes con VIH, embarazadas en situación de riesgo, gente sin hogar ni familia, y todo tipo de personas con desnutrición. Desde noviembre de 2020, cuando empezó la guerra civil en la región de Tigray, las necesidades y la carestía se ha exacerbado en las zonas norte y oeste del país, donde las ‘Sisters’ tienen varias de sus casas.

Volviendo a Lagarba y a lo más nuclear de mi misión allí está mi sacerdocio, y el corazón se me llena de gratitud, me conmuevo, al repasar estos años de ministerio, de mi vida y entrega sacerdotal en Etiopía. Desde mi llegada allá en 2017, además y por encima de todas las ayudas materiales a los pobres, ha estado mi sacerdocio, que no es mío, sino un regalo del Cielo a la Iglesia y al mundo a través de mi pobre persona. Poder celebrar la Eucaristía en ese monte pobre, en un país pobre, en una iglesia paupérrima que es la parroquia católica de san Francisco en Lagarba, con unos pocos fieles del lugar, ha sido un privilegio sublime. Siempre tuve la conciencia a flor de piel de que esas Misas eran tan importantes o necesarias para la salvación del mundo como cualquier Misa solemne en una basílica o en la catedral de una gran ciudad. La paternidad espiritual la he vivido como nunca allí, conociendo a todos mis feligreses por nombre propio, familia, clan y hasta antepasados difuntos. La salud de cada uno, su situación social y económica, los estudios de sus hijos e hijas, todo llegaba a mis oídos y todo me lo tomaba muy a pecho. Mi sacerdocio y el celibato han hecho que los llegara a conocer en profundidad y los amara más que a mí mismo. He podido decir con San Pablo: ‘Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor’ (Tes 2, 8). Aprender amhárico, el idioma del país, me sirvió para todo en la vida diaria, para gestiones y compras y moverme por el país, pero sobre todo deseé saberlo bien para la predicación, para las homilías y catequesis con niños y mayores, y así se me concedió el aprenderlo muy bien, como un verdadero don del Espíritu Santo. Pude usarlo para darles razón de nuestra esperanza (1 Pedro 3, 15). Para animarles siempre a la reconciliación entre ellos y a volver a comenzar en su camino espiritual en la confesión. Por ser sacerdote también han acudido a mí muchas veces cuando les hacía falta un ‘anciano’ (i. e., mediador) entre dos personas que habían tenido un conflicto y había ofensas grandes de por medio. Por ser sacerdote he entrado en lo profundo de las almas, de las familias y de un pueblo con el que, por mi origen, yo no tenía nada que ver. El sacerdocio de Cristo, del que humildemente participo desde mi ordenación, me empujó a dejar las noventa y nueve ovejas y salir en busca de una oveja perdida en una tierra lejana a la que Cristo mismo se refirió como ‘los confines del mundo’, los dominios de la Reina de Saba (Mt 12, 42). En resumen, en Etiopía he podido serlo todo: padre, pastor, apóstol, evangelizador, maestro, peregrino, huésped y anfitrión, servidor y guía. ¡Cuántas veces, en mis largas caminatas ahí, me venían a la mente los versos de Isaías: ‘Hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae buenas noticias, buenas noticias de paz y de salvación’ (Is 52, 7)! No sé, creo que es a esta profunda alegría, a esta experiencia tan rica y compleja a lo que san Pablo llama ser ‘embajadores de Cristo’ (2 Cor 5, 20). Desde luego, la misión me ha cambiado la vida, me ha transformado para siempre.

Bueno, queridos amigos, ya me despido de vosotros en este canal. Algunos solo recientemente os habéis añadido, otros me seguís desde el principio de este largo periplo. Aunque, más que una despedida es un aviso de reencuentro, pues podré iros viendo a todos personalmente con calma en estas semanas y en los próximos meses. Os pido que tengáis la misión siempre en el corazón”.

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