P. Jacques Philippe: “Para ser misioneros hay que acoger la presencia de Dios”
- On 7 de marzo de 2024
“Dios mismo nos suplica que oremos”; “la primera persona a la que hay que predicar el Evangelio es a uno mismo”; “la oración, ya de por sí es una misión”, fueron algunas de las declaraciones lanzadas por el padre Jacques Philippe el conocido autor y maestro espiritual, sobre la íntima relación entre la oración y la misión.
La Cátedra de Misionología de la Universidad Eclesiástica San Dámaso celebraba ayer la Jornada Académica “Oración y misión”, en la que el padre Jacques Philippe ha desgranado la íntima relación entre ambas. El religioso, miembro de la Comunidad de las Bienaventuranzas, resaltaba al comienzo de su ponencia cómo ser fiel a la oración da fuerza para la misión y, a su vez, la misión da una vitalidad mayor a la oración.
El numeroso público que asistió a la intervención del religioso, en el Salón de Actos del Seminario Conciliar de Madrid, escuchó cómo la principal razón para orar es que Dios nos lo pide. “Dios nos suplica que oremos, que no nos conformemos con una oración superficial”. El padre Philippe señalaba que “si no nos enraizamos en una intimidad con el Señor no podremos responder a los retos de hoy”. Y es Dios mismo quien nos dirige la súplica de que oremos: “Si somos fieles a la oración no es porque nos satisfaga o nos haga bien; la razón más profunda es que Dios nos lo pide, nos lo suplica”. Si rezo por motivos propios puedo dejar de hacerlo; pero no podré dejar de hacerlo si me lo pide Dios, porque “no es el hombre el que busca a Dios, es Dios quien busca al hombre”.
El padre Philippe analizaba el mandato misionero del Nuevo Testamento. Hay un primer aspecto kerigmático, en el que “se anuncia el misterio de Cristo, la salvación dada en Cristo al hombre”; y una segunda etapa, que es la llamada a la santidad, contenida en el bautismo. Como primera observación del “Id al mundo entero y predicad el Evangelio”, apuntaba el autor de espiritualidad, está la promesa contenida en el “yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”, pero “para ser misioneros hay que acoger esa presencia”. Y es que la misión sobrepasa las fuerzas humanas porque “solo Dios puede tocar y dar la luz de la fe”. De ahí que sea fundamental, “la vida de la gracia, la vida interior”.
“Hay que aprender a rezar”, por lo que, insistía el padre Philippe, tenemos que pedir al Señor que nos enseñe a rezar. Hay que recibirlo todo de Dios, también la misión, porque “la misión no es cosa mía”. Además la condición de toda pastoral es la intimidad con Dios. Cuanto mayor es la intimidad con Dios, “mayor es la compasión para con el prójimo; Dios nos hace compartir su compasión por los que sufren, los alejados”, porque “Dios comparte con nosotros los secretos de su corazón”. El amar a Dios con todo el corazón nos lanza a nuestro prójimo. De igual forma, apuntaba el religioso, tan pronto como queremos hacer el bien a las almas, esto nos remite a Él y “nos vemos obligados a ponernos de rodillas ante Dios para que haga esa obra imposible, el tocar los corazones”.
Un aspecto destacado en la intervención fue la alusión a la pureza de corazón. Uno se lanza al apostolado y a la misión con toda su persona y “con todas sus ambigüedades”, con las propias aspiraciones humanas: “El hecho de hacer la cosas para Dios no excusa nada”. Sin la vida de oración no habrá esa purificación del corazón. Decía el padre Philippe que “la oración puede traernos mucho consuelo pero también mucho sufrimiento. La luz de Dios puede sacar a la luz todo lo que no es evangélico”. Por eso, “la primera persona a la que hay que predicar el Evangelio es a uno mismo”.
Un solo acto de amor vale más que todas las obras, decía citando a San Juan de la Cruz. Por eso, “la oración, ya de por sí es una misión”. Es la misión a la que somos llamados todos. Aunque uno esté enfermo, sienta que no vale nada, que no puede hacer gran cosa, puede rezar. Añadía: “No puedo predicar a todo el mundo, convencer, atraer a todo el mundo”, pero puedo rezar, porque en la oración “no hay límites, no hay barreras”. Y apuntaba, medio en broma, “que no hay que dejar a Dios nunca tranquilo hasta que cumpla su salvación”.
Escucha la intervención completa aquí.