Lo que cada cristiano da a las misiones, hace crecer a la Iglesia y salva a la gente
- On 27 de mayo de 2024
El Papa Francisco recibía este sábado a los directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias, entre ellos el de España, reunidos en Roma para la Asamblea internacional, que cada año, por estas fechas, determina pastoral y económicamente la marcha de las mismas. Estas son las palabras que les ha dirigido:
“Doy la bienvenida con alegría a todos vosotros, que habéis venido desde más de ciento veinte países de los cinco continentes para la asamblea general anual de las Obras Misionales Pontificias. Saludo al cardenal Tagle, al secretario Mons. Nwachukwu, al secretario adjunto Mons. Nappa, presidente de las OMP, y a los cuatro secretarios generales: el liderazgo es bueno: un filipino, un africano y la salsa para la pasta, ¡un napolitano!
Estamos en vísperas de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, que nos hace entrar en la contemplación del misterio de Dios: un misterio de amor que se ofrece, se dona, se consume totalmente por la salvación de la humanidad. Precisamente al contemplar esta obra de salvación, descubrimos tres características fundamentales de la misión divina desde el principio: comunión, creatividad y tenacidad. Reflexionemos sobre estas palabras clave, que son relevantes para la Iglesia en estado permanente de misión y más aún para nuestras Obras Misionales, llamadas ahora a renovarse para un servicio cada vez más incisivo y eficaz.
Primero que nada, la comunión. Cuando contemplamos la Trinidad, vemos que Dios es comunión de personas, es misterio de amor. Y el amor con el que Dios viene a buscarnos y salvarnos, enraizado en su ser Uno y Trino, es también el fundamento de la misionariedad de la Iglesia peregrina en la tierra (cf. Redemptoris missio, 1; Ad gentes, 2). Desde esta perspectiva, estamos llamados a vivir la espiritualidad de la comunión con Dios y con los hermanos. La misión cristiana no es transmitir alguna verdad abstracta o alguna convicción religiosa –y menos hacer proselitismo, menos aún–, sino sobre todo permitir que aquellos con quienes nos encontramos puedan tener la experiencia fundamental del amor de Dios, y podrán encontrarlo en nuestra vida y en la vida de la Iglesia si somos testigos luminosos de ello, reflejando un rayo del misterio trinitario. Sobre el proselitismo me gustaría contar una experiencia personal. Cuando estaba en una de las Jornadas de la Juventud, al salir del teatro donde había tenido lugar el encuentro, se acercó una señora que pertenecía a un grupo católico –ultra, demasiado, derechoso, ‘por el olor’ se veía eso– y la señora estaba con un chico y una chica y me dijo: ‘¡Santidad, quiero decirle que a estos dos los he convertido! ¡Los convertí!’. La miré a los ojos y le dije: ‘¿Y quién te convertirá a ti?’. Esta misión de conversión, hay grupos religiosos que llevan el catálogo de conversiones, eso es muy malo. Es solo una anécdota.
Por tanto, exhorto a todos a progresar en esta espiritualidad de la comunión misionera, que es la base del camino sinodal de la Iglesia de hoy. Lo subrayé en la Constitución Praedicate Evangelium y os lo reitero ahora también a vosotros, especialmente por vuestro proceso de renovación de los Estatutos. Es importante que los estatutos estén actualizados. Es necesario para todos un camino de conversión misionera y, por eso, es importante que haya oportunidades de formación personal y comunitaria para crecer en la dimensión de la espiritualidad misionera ‘comunional’. La misión de la Iglesia, en efecto, tiene como objetivo «dar a conocer a todos y llevarles a vivir la ‘nueva’ comunión que en el Hijo de Dios hecho hombre ha entrado en la historia del mundo» (Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, I, 4). Y no olvidemos que la llamada a la comunión implica un estilo sinodal: es decir, caminar juntos, escucharnos, dialogar, discutir juntos, pero siempre en comunidad. Esto ensancha nuestro corazón y genera en nosotros una mirada cada vez más universal, precisamente como se subrayó en el momento de la fundación de la Obra de Propagación de la Fe: «No debemos apoyar tal o cual misión en particular, sino todas las misiones de mundo» (cf. Mons. Cristiani y J. Servel, Marie-Pauline Jaricot, 39).
La segunda palabra clave, la primera era comunión, la segunda palabra clave que les propongo es creatividad. Enraizados en la comunión trinitaria, estamos insertos en la obra creativa de Dios, que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). Nosotros también participamos de esta creatividad y me gustaría decir dos cosas al respecto. La primera es que la creatividad está ligada a la libertad que Dios posee y nos da en Cristo y en el Espíritu. De hecho, «donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Cor 3, 17). Lo que nos da la libertad es el espíritu. Leamos un poco los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles, allí hay creatividad, allí está el Espíritu… Y por eso, por favor, ¡no nos dejemos robar nuestra libertad creativa misionera! En segundo lugar, como decía san Maximiliano María Kolbe, misionero franciscano en Japón y mártir de la caridad, ‘solo el amor crea’, solo el amor crea. Por eso, recordemos que la creatividad evangélica nace del amor, del amor divino, y que toda actividad misionera es creativa en la medida en que la caridad de Cristo es su origen, su forma y su fin. Así, con fantasía inagotable, crea modos siempre nuevos de evangelizar y de servir a los hermanos, especialmente a los más pobres. Expresión de esta caridad son también las tradicionales colectas destinadas a los fondos universales de solidaridad para las misiones. Y para ello debemos promoverlas, hacer entender que esta ayuda que yo doy, que cada cristiano da, hace crecer a la Iglesia y salva a la gente, y por tanto ayudar a esa participación no solo de las personas, sino también de los grupos e instituciones que, con espíritu de gratitud por las gracias recibidas del Señor, desean sostener tantas realidades misioneras de la Iglesia.
Y tercero, la tercera y última palabra es tenacidad, es decir, firmeza y perseverancia en los propósitos y en la acción. Podemos contemplar este rasgo también en el Amor de Dios Trinidad que, para realizar el plan de salvación, con fidelidad constante envió a sus servidores a lo largo de la historia y en la plenitud de los tiempos se entregó a sí mismo en Jesús. Así, la misión divina «es un incansable ir hacia toda la humanidad para invitarla al encuentro y a la comunión con Dios. ¡Incansable!» Tenacidad. «Por esto, la Iglesia seguirá yendo más allá de toda frontera, seguirá saliendo una y otra vez sin cansarse o desanimarse ante las dificultades y los obstáculos, para cumplir fielmente la misión recibida del Señor» (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2024). Y esto hasta el martirio. Y sobre esto quisiera detenerme para agradecer a Dios por el testimonio de martirio dado, en estos días, por un grupo de católicos del Congo, de Kivu del Norte. Fueron masacrados simplemente porque eran cristianos y no querían convertirse al islam. Hoy existe esta grandeza de la Iglesia en el martirio. Y retrocedamos un poco, hace cinco años, en la playa de Libia, aquellos coptos degollados y de rodillas decían: ‘Jesús, Jesús, Jesús’. La Iglesia mártir es la Iglesia de la tenacidad del Señor que sigue adelante.
Por tanto, también nosotros estamos llamados a ser perseverantes y tenaces en nuestros propósitos y acciones. Y vivir también esta dimensión martirial con nuestro ejemplo. Vosotros, agentes de las Obras Misionales Pontificias, entráis en contacto con realidades, situaciones y acontecimientos muy diversos que forman parte del gran fluir de la vida de la Iglesia, en todos los continentes. Y entonces podemos encontrarnos con numerosos desafíos, situaciones complejas, pesadeces y cansancios que acompañan la vida eclesial. ¡No os dejéis desanimar! Aquí quisiera hacer un paréntesis para ver las debilidades de muchos de nosotros, hermanos y hermanas, que a veces hemos caído: por favor, seamos pacientes, tomémonoslos de la mano y acompañémoslos. Por favor, no os escandalicéis por estos deslices. ‘Me puede pasar a mí’, todos deben decir ‘me puede pasar a mí’: sed muy caritativos, muy delicados y esperad. Una de las cosas que a mí me toca del corazón del Señor es la paciencia: sabe esperar, sabe esperar. Miremos más los aspectos positivos y, en esta alegría que nace del contemplar la obra de Dios, sabremos afrontar también con paciencia las situaciones problemáticas, para no quedar prisioneros de la inactividad y del espíritu derrotista. ¡Tenaces y perseverantes, avanzad en el Señor! Y con los hermanos y hermanas que tienen deslices y caen, recordad que solo en una ocasión está permitido mirar a una persona desde arriba, una sola: para ayudarla a levantarse. Siempre este gesto con los hermanos y hermanas que han cometido un desliz.
Queridos hermanos y hermanas, os agradezco una vez más a todos vosotros y a vuestros colaboradores vuestra generosidad y dedicación en el promover la responsabilidad misionera de los fieles, especialmente en el cuidado de los niños de la Obra de la Santa Infancia. Que Nuestra Señora interceda por vosotros. Os bendigo desde el fondo de mi corazón. Os agradezco lo que hacéis… Y vosotros, ¡no os olvidéis de rezar por mí, por favor!”.