San Maximiliano Kolbe: preparado para ser “héroe”
- On 14 de agosto de 2025

Este sacerdote franciscano de origen polaco es un “misionerísimo” de los pies a la cabeza. Dando la vida por un desconocido, demostró que el amor es más fuerte que el odio y que para amar de verdad hay que estar dispuesto a darlo todo, como Jesús. Ofreció su vida para salvar la de un padre de familia en el campo de concentración de Auschwitz, y, aunque esto parezca más propio de un héroe que de un humilde fraile, él se había entrenado duro para lograrlo. Por amor a Jesús y a la Virgen se dejaba la piel en cada cosa que hacía, incluso si se trataba de algo tan enorme como construir una ciudad entera. Bueno, en realidad dos, porque hizo una cerca de Varsovia y otra cuando fue misionero en Japón.
Raimundo era polaco y tenía 13 años cuando entró en un convento franciscano; entonces cambió su nombre por Maximiliano, que significa “máximo”. Tal vez eligió este nombre porque deseaba hacer en su vida cosas grandes por Jesús y la Virgen, a la que quería con locura desde niño. Su sueño era crear una gran ciudad donde Dios estuviera presente por todos lados. Sus frailes tendrían que ser heroicos, capaces de cualquier cosa para llevar la gente a Jesús. Y así, en 1927, comenzó a construir “Niepokalanow”, a 40 kilómetros de Varsovia. Allí no faltaba ninguna de las cosas que se encuentran en una ciudad: talleres, bomberos, policías, bibliotecas, carpinteros, zapateros… y, por supuesto, una capilla y una basílica dedicada a la Inmaculada. ¡Ah, y una imprenta, para dar al mundo la mejor noticia de todas: que Jesús nos ama!
Como Polonia se le quedaba pequeña, en 1931, cuando el Papa pidió misioneros, el padre Kolbe se ofreció como voluntario para ir a Japón, y allí fundó “Mugenzai no Sono”, una ciudad parecida a “Niepokalanow”. Su propósito era “abrazar el mundo entero”, y proyectaba ir con sus frailes a la India y el mundo árabe. Sin embargo, Dios tenía otra “misión” para él.
El padre Kolbe regresó a Polonia en 1936. Se dio cuenta de que se avecinaba un terrible conflicto y esperaba lo peor (de hecho, la Segunda Guerra Mundial comenzó tres años después); pero a la vez se alegraba, porque creía que, como había pasado otras veces a lo largo de la historia, las dificultades harían crecer la fe. A sus hermanos de “Niepokalanow” les dijo: “¿No estamos acaso en las manos de la Virgen, nuestro ideal no es también dar la vida por Ella?”.
El 19 de septiembre de 1939 las fuerzas alemanas entraron en “Niepokalanow”. El padre Kolbe fue arrestado con algunos de sus frailes, aunque inesperadamente, el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada, fue liberado. En 1941 le arrestaron por segunda vez y fue llevado al campo de concentración de Auschwitz, un lugar horrible donde los inocentes eran castigados y del que ya no saldría nunca. Entre los prisioneros, los sacerdotes eran allí los peor tratados; sin embargo, el padre Kolbe confiaba y decía: “La Inmaculada me ayudará y me las arreglaré”.
Llevaba unos tres meses en Auschwitz cuando un detenido se escapó del “barracón 14”, el mismo en el que estaba el padre Kolbe. Para vengarse, los carceleros eligieron a diez presos al azar para ser ejecutados; entre ellos, un padre de familia, polaco como él. El padre Kolbe ‒que no estaba entre esos diez y podría haberse salvado‒ se ofreció a morir en su lugar. En aquel lugar oscuro y terrible, este gesto de amor fue como una gran luz que lo iluminó todo. Los nazis eran muy duros y prácticamente fue un milagro que el comandante del campo aceptara el cambio. El caso es que el padre Kolbe fue condenado a morir de hambre junto a los otros nueve prisioneros.
Les llevaron al “barracón de la muerte”, llamado así porque muy pocos presos salían vivos de ese lugar. El padre Kolbe no dejó de confiar y rezar durante el tiempo que estuvo encerrado. Cada mañana un carcelero inspeccionaba esa cárcel y los pobres presos, muertos de hambre, gritaban que les dieran un trozo de pan…; pero el padre Kolbe nunca pedía nada. Después de dos semanas de encierro, él seguía vivo, así que le pusieron una inyección para matarlo. Fue un 14 de agosto, en la víspera de la fiesta de la Virgen, a la que él había querido tanto. Ella vino a buscarlo para arrancarle de ese infierno y llevarle a la ciudad del cielo, donde están todos los verdaderos “héroes”.