Misionerísimos: San Pablo, el apóstol atleta
- On 27 de junio de 2024
San Pablo sabía que a los griegos les gustaba el atletismo; algunos dicen que él pudo asistir como espectador a los Juegos Ítsmicos que se celebraron en el año 51 en la ciudad griega de Corinto, y que eran parecidos a los actuales Juegos Olímpicos. Lo cierto es que el lema de las Olimpiadas modernas. “Más rápido, más alto, más fuerte”, resume muy bien el modo en que san Pablo vivía la fe. Él se tomaba la vida y la misión en sentido olímpico y luchaba para alcanzar la meta final.
La vida de san Pablo es apasionante, porque Jesús le dio la vuelta como a un calcetín. Saulo, también llamado Pablo, nació en Tarso de Cilicia (en la actual Turquía) hacia el año 5 después de Cristo. Era un judío muy amante de su religión, y por eso veía como una amenaza el nuevo grupo que había surgido y se convirtió en un perseguidor violento de los cristianos.
Un día, cuando iba camino de la ciudad de Damasco, una luz brillante le tiró del caballo y escuchó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Era Jesús, que le enseñaba que odiar a los cristianos era odiarle a Él. Fue un momento fulminante para Pablo, en el que Jesús conquistó su corazón, y a partir de ahí, pasó de ser el perseguidor de los cristianos a ser el “apóstol de los gentiles”, el primer apóstol al que Jesús llamó para predicar el Evangelio fuera de Jerusalén, a todos los pueblos. Esta maravilla solo podía hacerla Jesús.
Así se convirtió en atleta de Dios y comenzó su incansable carrera misionera por muchos lugares del mundo. Antes de emprender sus viajes, Pablo, que a diferencia del resto de los apóstoles no había conocido a Jesús en su vida terrena, fue a Jerusalén para encontrarse con Pedro, jefe de la Iglesia, que le alojó en su casa. A partir de ese momento, se repartieron los papeles: Pedro se quedó en Jerusalén predicando a los judíos y Pablo se lanzó a la misión en todo el mundo.
Él, que había sido educado en una mentalidad muy “cerrada” y exclusivista, se había convertido en campeón de la universalidad. Si antes despreciaba a todo el que no fuera judío, ahora, se hacía “todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos”. Jesús enseñó a san Pablo a adaptarse “a todos los públicos”, para que todos pudieran conocerle y amarle. Por eso, a los judíos les hablaba del Dios de Abraham; a los sabios atenienses, del Dios desconocido de los filósofos; y a la gente sencilla, del Dios providente que da la lluvia al campo. Todo, con tal de que el Evangelio llegara a la gente.
A pesar de que no era fácil en aquella época, realizó tres grandes viajes, recorriendo miles de kilómetros por mar y por tierra, que le llevaron a las ciudades más importantes de Asia Menor y a Occidente. San Pablo creía que, evangelizando las grandes ciudades (también la principal de entonces, Roma), luego sería más sencillo hacerlo en los pueblos.
En su tarea misionera tuvo que sufrir miseria, hambre sed, frío… Fueron innumerables las dificultades que pasó, pero estaba convencido de que la cruz era la garantía del éxito en su apostolado. ¿Acaso un atleta no sufre cuando entrena para ganar?
En cada sitio por el que iba pasando, predicaba con tanta pasión que muchos se hacían cristianos. San Pablo vio claramente que en la Iglesia nadie era extranjero y que todos estaban llamados a conocer que Jesús era el Salvador. Los judíos, su pueblo, no veían con buenos ojos que hubiera cambiado de ese modo, y ahora era él el perseguido al que querían matar.
Y así, fue esposado y llevado a la cárcel de Roma para ser juzgado por el César. Estar en la prisión no le impidió seguir predicando el Evangelio y escribir una de sus cartas a los cristianos. Fue liberado después de dos años y realizó un largo viaje que le trajo incluso hasta España. Para entonces, su carrera había sido muy larga y estaba a punto de alcanzar la línea de meta.
Tras este último viaje, fue conducido nuevamente como prisionero a Roma. Desde allí, sabiendo que le quedaba poco tiempo de vida, le escribió a su fiel amigo Timoteo, animándole a seguir hablando de Jesús. Le contó también que muchos de sus colaboradores le habían abandonado, pero acabó diciéndole con mucha paz: “He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe”.
Jesús fue el único entrenador de este atleta tan especial, que por fin, después de muchos sacrificios, llegó a la meta, y recibió su premio, su “medalla”, la corona de gloria que, a diferencia de la que recibía un atleta normal, “no se marchita” nunca.
¿Sabías que las cartas de san Pablo están llenas de comparaciones deportivas? En el Nuevo Testamento puedes leerlas, por ejemplo, en 1 Corintios, 9,24-25 o en 2 Timoteo, 4,7.