Los misionerísimos de Gesto: San Fermín, el misionero que lo dio todo
- On 7 de julio de 2025

Seguro que te suenan los “sanfermines”: son las famosas fiestas de Pamplona en honor de san Fermín, patrón de Navarra, que fue el primer obispo de la ciudad. Pero Fermín fue sobre todo un misionerísimo de los primeros siglos, que, como tantos otros cristianos en esa época, no se guardó nada para sí. Por no renunciar a predicar el Evangelio, como le obligaban las autoridades romanas, dio lo más importante que tenía: su vida. A san Fermín lo mataron por orden del emperador Diocleciano; por eso ahora, durante las fiestas, la gente lleva un pañuelo rojo al cuello, que, aunque muchos no lo sepan, simboliza el martirio del santo.
Durante los sanfermines, entre tanto ruido y toros corriendo (tal vez lo hayas visto por la tele), es difícil pararse un momento para pensar quién fue ese señor que da nombre a las fiestas. Pero conocer un poquito de lo que nos ha llegado sobre la vida de san Fermín merece la pena. Para empezar, su nombre significa “firme”, y la valentía y la firmeza son los ejemplos más importantes que nos dejó este misionerísimo. Y es que, cuando las cosas se pusieron feas para él por hablar de Jesús, no se echó atrás; al contrario, se mantuvo fiel, y por eso fue encarcelado y decapitado. Es curioso, porque al principio Fermín y su familia no habían oído hablar de Dios, y al final, dio su vida por Él.
Fermín era hijo de un senador romano llamado Firmo y de Eugenia; ambos eran nobles en
la tierra que entonces se llamaba Pampaelo y que hoy es Pamplona. El obispo san Saturnino y su discípulo Honesto fueron misioneros en esta zona, donde la mayoría de la población no era todavía cristiana. Las palabras de Honesto impactaron en la familia de Fermín, que acabó convirtiéndose al cristianismo. Y, poco a poco, la fe fue entrando también en el corazón del joven Fermín, que llegó a ordenarse sacerdote y fue el primer obispo de Pamplona con solo 24 años. Su palabra resultaba tan creíble que la gente dejaba de ir a los templos paganos a adorar a sus dioses y comenzaba a rezar al Dios de los cristianos.
Fermín siguió el ejemplo de Saturnino y Honesto y también él fue misionero. Desde que eran cristianos, su familia y él eran más felices, y él quería ir a otros pueblos donde no habían oído nunca hablar de Jesús para compartir lo más importante que tenía: la fe. Y, en efecto, a los 31 años, Fermín abandonó Pamplona para predicar el Evangelio en las Galias, la región de los francos, es decir, Francia.
Sin embargo, anunciar a Jesús en aquella época no era nada fácil. Cuando su fama de misionero llegó a los que mandaban, estos no lo pudieron soportar, porque el Dios que presentaba Fermín, el Dios de los cristianos, decía que todos éramos hermanos y nadie tenía derecho a tratar mal a los demás, como muchas veces hacían ellos. El gobernador Valerio lo acusó como si fuera un criminal solo porque enseñaba la fe cristiana, y por esto le llevaron a la cárcel. Sin embargo, Valerio murió y los cristianos aprovecharon para liberar a Fermín. Él pudo seguir predicando durante algún tiempo, pero la amenaza de que volvieran a capturarle seguía presente.
Fermín se mantenía “firme” en la fe y siguió evangelizando, hasta que volvieron a meterle en la cárcel. Él no había olvidado la frase de Jesús que dice que no debemos temer “a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”; y así, pensar en el Evangelio le ayudó a vencer el miedo y a no traicionar a Dios a pesar de las amenazas de muerte de las autoridades. Al final, una noche entraron en su calabozo y le cortaron la cabeza.
El ejemplo de san Fermín caló hondo entre sus paisanos y, como si se tratara de una carrera de relevos, con el tiempo, su deseo de anunciar el Evangelio pasó de mano en mano a muchos otros. A uno de ellos, seguro que lo conoces: san Francisco Javier. Igual que estos dos santos navarricos, muchos hombres y mujeres a lo largo de los siglos han dejado sus casas y sus familias para anunciar a Jesús. Todavía hoy unos 500 misioneros y misioneras de Navarra evangelizan en los rincones más perdidos del mundo.