BoliviaNieves González

“DIOS HA PUESTO EN MI CAMINO MUCHAS PERSONAS A LAS QUE AMAR Y SERVIR, Y DE LAS QUE RECIBO INFINITO AMOR”

Desde hace dos años, vivo junto a los hermanos y hermanas de mi comunidad, Adsis, en un sector de la periferia de la gran ciudad de El Alto, en Bolivia. Nuestra casa está ubicada junto a la Parroquia Santa Clara, la cual atendemos por encomienda diocesana. Y, en el mismo recinto, construimos hace 13 años el Centro de Desarrollo Comunitario “UTASA”, palabra aymara que significa “nuestra casa” o “casa de todos”. Aquí paso gran parte de mi tiempo.

Atendemos una población de 100 niños del sector, apoyando su aprendizaje mediante refuerzo educativo de lunes a viernes, en dos turnos complementarios a los horarios de los colegios. Además del objetivo del aprendizaje, tenemos el del apoyo a su nutrición y salud, que lo hacemos con comedor y con hábitos diarios de higiene.

Mi oficina está a la entrada del Centro y, con la puerta siempre abierta, recibo a los niños y niñas diariamente, muchos de ellos con sus madres, y los veo bajar y subir por las escaleras hacia sus salones de clases.  “Buenos días, directora”, me dicen; “Hola chicos, ¿han descansado bien?”. Con algunos me detengo más y voy conociendo sus vivencias…

Los sábados por la tarde funciona el Centro Juvenil “UTASA”. Mi labor aquí es apoyar a los más de 15 monitores jóvenes que realizan talleres y otras actividades con unos 70 adolescentes de la zona. La mayoría de estos monitores pasaron antes por el Centro Juvenil como receptores, pero se les fue dando la posibilidad de ser protagonistas, y ahora son ellos los que llevan adelante las actividades por sí solos. Da gusto ver todas las salas del Centro ocupadas con jóvenes, y ser testigo de su crecimiento personal y de su progresiva implicación y sentido de pertenencia.

Además de “UTASA”, colaboro en la Parroquia siendo catequista de confirmación con jóvenes; también en la Pastoral Universitaria de la ciudad de La Paz y en la Pastoral Social Caritas de El Alto.

En fin, mi vida “se pierde” entre tanto servicio, pero tengo la experiencia de que “se gana”, y de que mi corazón se agranda cada vez más para acoger a tantas personas en él.

Doy gracias a Dios por mi misión en esta tierra del altiplano boliviano (parecida, en cierto modo, a los campos de mi tierra natal de Salamanca). Y gracias también por los casi 15 años que pasé en el Sur de Chile. Dios me dijo un día, como a Moisés, “sal de tu tierra”.  Y me lo volvió a decir, y quizá de nuevo me hable, quién sabe… No me arrepiento de estar disponible a su llamado, porque ha puesto en mi camino muchas personas a las que amar y servir, y de las que recibo infinito amor.

¡Gracias, Señor!