Hace menos de un mes que Julián Díez, misionero burgalés, ha llegado a Tabarre, en Puerto Príncipe (Haití). Pocos días antes, el pasado 14 de agosto de 2021, un terremoto de magnitud 7,2 en la escala Richter sacudió el sur de la isla, provocando miles de muertos y heridos.
“Más de un millón de personas se han quedado en la calle. Este desastre natural y la suma de otros acontecimientos, como el asesinato del presidente del país o la llegada del huracán Grace, hicieron que Haití cobrara algo de protagonismo en los titulares de los medios internacionales… pero solo por unos días.
Sin embargo, el escenario en el que se mueve Haití no es nuevo. La pobreza golpea fuerte, tanto que, por mucho que te prepares, conmociona. Mucha gente no tiene nada y tú nunca tienes suficiente para ofrecer. No es correcto decirlo, pero es un país abandonado por todos… menos por Dios, pues la Iglesia católica es la que más colabora con los pobres. Rica es la tarea social y misionera realizada, con el deseo de ayudar y promocionar a los más necesitados: colegios, escuelas, centros de educación laboral, centros de asistencia sanitaria, hospitales, hogares para ancianos y niños, talleres, iglesias… y más. ¡Gracias! Porque la Iglesia católica somos todos los fieles, y no sólo los misioneros o laicos que nos encontramos dispersos por todo el planeta, y que gracias al apoyo también material, entre todos realizamos de forma regular y por amor a Jesús estas Obras Sociales. Pero también de apoyo moral y espiritual.
Mi primera labor aquí es conocer la realidad en la que vivo. Junto al anuncio del Evangelio a través de las catequesis, de las celebraciones litúrgicas y de la administración de los sacramentos, los misioneros hacemos un trabajo social, que conlleva las mejoras de condiciones de vida, de higiene, de formación profesional de las gentes, todo ello para el bien de la comunidad. Y también la formación cristiana de las comunidades para que la vida cristiana nos ayude a modificar las estructuras que generan tanta pobreza y sufrimiento y que hacen que las personas vivan en unas condiciones poco dignas. Aquí la población, más que vivir, sobrevive cada día.
En las poblaciones rurales se dan situaciones de carestía, pero en las ciudades la situación es aún más complicada. La mayor parte de la gente vive con muchas carencias y pobreza en todos los ámbitos, en casas que no tienen las condiciones mínimas de habitabilidad. Viven en condiciones indignas por la falta de espacio, la falta de agua, incluso para beber, y muchos otros factores que hacen que no se tengan las condiciones mínimas de salud.
Yo os pido que el dolor ajeno jamás nos sea indiferente, que no seamos indiferentes al sufrimiento del prójimo, porque todos somos hijos de Dios aunque vivimos en lugares distintos. La meta a la que nos sentimos llamados los cristianos por el Evangelio es a ser hermanos todos. Seamos como buenos samaritanos que acompañan y ayudan a quienes lo necesitan.
Un recuerdo agradecido por los que han trabajado y sembrado esperanza en este país: laicos, religiosas y religiosos, voluntarios y personas de bien. De modo particular, por la hermana Isabel Solá Matas, de la Congregación Jesús y María, asesinada el 3 de septiembre de 2016. “La sangre de los mártires nos compromete como cristianos”. Y, aunque el motivo de su asesinato parece ser el robo, su opción fue clara en favor de las víctimas del terremoto del 12 de enero de 2010, junto con el trabajo en los barrios y zonas más desfavorecidas del país. Que su sueño se haga realidad”.