Fr. Giovanni, es el párroco de Mapamoiwa, en Fagululu, isla de Fergusson. En esta remota isla de Papúa Nueva Guinea no hay internet, pero está la Iglesia. Una comunidad cristiana formada por 650 personas que viven en una colina. Las inundaciones destruyeron la iglesia en la que se reunían y por eso la comunidad ‒a través de su párroco y del obispo de la diócesis de Alotau-Sideia‒, pidió en 2105 ayuda a Obras Misionales Pontificias (OMP) para reconstruir la Iglesia. El Fondo Universal de Solidaridad aprobó la solicitud, y en 2016 destinó 15.000 dólares a ese fin.
En este mes de las Misiones, de paso por España, monseñor Rolando Crisostomo Santos, obispo de Alotau-Sideia visita la Dirección Nacional de OMP y da las gracias a todos los benefactores por su ayuda. Monseñor Santos responde en nombre de fr. Giovanni, a cuya parroquia sólo se puede llegar en un pequeño bote, durante una travesía de unos 45 minutos, y subiendo luego una colina a través del bosque, durante una hora más o menos.
La mayoría de la gente de Fagululu son pequeños agricultores, y más de la mitad de la población son niños y jóvenes menores de 25 años. Los niños aprenden la fe católica desde la escuela; el obispo afirma que “la gente es sencilla y está comprometida con su fe”. Hasta tal punto es así, que hace un mes, el 9 de septiembre, en la última visita del obispo a la comunidad, “los terratenientes” se comprometieron a donar una parcela a la misión para que la iglesia se pueda levantar allí, en una zona más elevada, para paliar los riesgos de las inundaciones. Por su parte, todos los campesinos van a contribuir en la construcción de la nueva iglesia en la medida de sus posibilidades: unos cortando madera del bosque y otros llevando grava o arena.
Monseñor Santos destaca la importancia del templo para que “los fieles puedan celebrar juntos la Misa, oír la Palabra de Dios, recibir la Sagrada Comunión y los sacramentos, u otras devociones como el rezo del Rosario o la corona de la Divina Misericordia, y también para que puedan tener allí sus encuentros y reuniones”. La piedad de la comunidad es fundamental para mantener viva la llama de la fe, sobre todo teniendo en cuenta que el sacerdote sólo puede visitarles una vez al mes para celebrar la Misa. El resto de los domingos, los fieles se reúnen para una Liturgia de la Palabra y la comunión eucarística, que conduce un miembro de la comunidad.
Los frutos de esta vida de fe no se han hecho esperar y el hijo de un terrateniente, uno de los principales líderes de la comunidad, Nathan Iwaidina, quiere ser sacerdote. El próximo año podría entrar en el curso propedéutico del Seminario.