Las memorias de “Achakaspi”, un misionero en el Napo ecuatoriano
- On 27 de junio de 2018
OMPRESS-ECUADOR (27-06-18) La editorial ecuatoriana Abya-Yala acaba de publicar “La selva rota. Crónicas desde el río Napo”, un libro que recoge el sentir y el cariño por las gentes y la tierra que recorre el río Napo, en la Amazonía ecuatoriana, del misionero José Miguel Goldáraz, “Achakaspi”.
Este misionero vasco – siempre lleva la txapela puesta – lleva más de 40 años en el Napo. Como él, son muchos los misioneros capuchinos que han entregado su vida a la misión en el Vicariato Apostólico de Aguarico, encomendado a ellos en 1953, cuando se creó. Al igual que sus hermanos de orden, José Miguel llegó para quedarse toda la vida, conoce el kichwa y ha estado desde siempre al lado de los indígenas. Se le conoce como Achakaspi, “madera fina” o “bosque rico”.
El libro recoge cincuenta artículos de Achakaspi, que se convierten en una suerte de cartas de náufrago de quien ha sido testigo del avance brutal y despiadado de una nueva colonización y sus consecuencias en la vida de las apacibles gentes del Napo. Los textos se han publicado, en digital, en la página web del Vicariato Apostólico de Aguarico.
Sus palabras son de una clarividencia insultante para el que no quiera ver que no todo vale, que no sirve cualquier desarrollo, cuando el desarrollo va contra las personas: “Los misioneros nos dimos cuenta rápidamente de la imprevista y precaria situación en la que se encontraba el pueblo indígena originario, asediado por las petroleras y por los colonos que ocupaban agresivamente sus tierras. Ni las compañías los contrataban como peones petroleros por falta de papeles de ciudadanía. Los nativos no existían en su propia tierra ancestral y sin papeles no eran ciudadanos ecuatorianos”.
Achakaspi todavía debe recordar cuando, en el verano de 1987, descendió por una cuerda, desde un helicóptero militar, para rescatar en la selva de Tigüino los cuerpos lanceados de la hermana Inés Arango y del monseñor Alejandro Labaka, su hermano de misión muerto.
Es un misionero duro al que le enfadan expresiones como “pobres indígenas”. Su respuesta es fulminante: “¡Nosotros somos los que necesitamos de sus recursos! Debemos de abandonar ese tufo a blanco que apesta: nos cogió ‘el mono’ de que los pueblos indígenas tengan que agradecer las limosnas del Estado y de las empresas, las instituciones benéficas y ONGs…, después de que se les ha espoliado de todo, hasta de su concepto de gente íntegra, su ética en constante lucha por la dignidad, de la visión de su realidad originaria y les han revestido de un manto de miseria y retazos viejos tejido por la civilización occidental”.