San Francisco Javier: “Me diste cinco talentos, y te devuelvo otros cinco”

  • On 3 de diciembre de 2025

OMPRESS-MADRID (3-12-25) Hoy se celebra la Fiesta del Patrono de las Misiones, San Francisco Javier. Intrépido, enamorado de Jesús y dispuesto a llevar su mensaje hasta los confines de la tierra, la “aventura” misionera extraordinaria de San Francisco Javier ha inspirado desde entonces miles de “aventuras” de muchos otros misioneros. Es el ejemplo del misionero, cuyas penas, renuncias, pruebas son vividas, como expresan sus innumerables cartas, en la confianza, en la paz y en la alegría que le venían de su relación con Dios.

Francisco Javier nació en 1506 en el castillo de Javier, Navarra, en una familia noble, aunque los enfrentamientos políticos la llevaron casi a la ruina. En 1525, Francisco partió para estudiar en la Universidad de París donde obtuvo el título de “Magister Artium”, preparándose para una carrera académica. Pero fue entonces cuando su vida cambió al encontrarse con Ignacio de Loyola. Al principio, las relaciones entre ellos no fueron fáciles, especialmente para Ignacio, que reconoció que Francisco había sido “la pasta más dura” que había tenido que modelar. Los dos y otros compañeros comenzaron lo que sería la Compañía de Jesús.

Será de 1541 a 1552 cuando discurra la parte “asiática” de su vida con su viaje misionero desde Lisboa hasta la India. Llegó a Goa en mayo de 1542 y allí, a pesar de ser nuncio del Papa y representante del rey de Portugal, decidió vivir en un hospital de la ciudad, durmiendo junto a la cama de los más enfermos. Su misión le llevaba a estar cerca de los más desfavorecidos y de los marginados de la sociedad, con sencillez y sin complejos: enfermos, prisioneros, esclavos, niños abandonados. Se le recuerda recorriendo las calles tocando campanas para llamar a los niños a la iglesia, luego componía lecciones básicas de catecismo en versos y los cantaba con los niños, ayudándoles así a aprender el catecismo con mayor facilidad. Durante dos años, se dedicó a evangelizar a los “paravi”, pescadores de perlas del sur de la India. Hablaban solo tamil, pero Francisco aprendió a comunicarles las verdades de la fe, llegando a bautizar a miles, reconociendo que se le cansaban los brazos de tanto bautizar.

De 1545 a 1547, continuó su viaje a Malaca, las Molucas y las Islas Moro, encomendándose por completo a Dios sin temor al peligro. Fue entonces cuando conoció a un exiliado japonés de nombre Hanjiro, que deseaba convertirse al cristianismo. Este encuentro despertó en San Francisco Javier el deseo de llevar el evangelio a la patria de Hanjiro. Allí llegó en 1549, y no partiría hasta 1552, para morir en Shangchuan, una isla frente a China, al sur de Macao y Hong Kong. Allí expiró entre fiebre y agotamiento, la madrugada del 3 de diciembre. Su cuerpo fue enterrado en un ataúd lleno de cal sin una cruz que lo recordara. Sin embargo, dos años después, cuerpo fue encontrado intacto e incorrupto y trasladado a Goa, donde aún se conserva y venera. Hoy, en Goa miles de fieles se concentrarán en torno a la Basílica del Buen Jesús para celebrar al “Goencho Saib”, el Señor de Goa, con misas en konkani, inglés, tamil, malayo, hindi, portugués, marathi y kannada. Solo una reliquia suya, su brazo derecho, se conserva en la Iglesia de Jesús en Roma desde 1614. Francisco Javier fue beatificado por el papa Pablo V en 1619 y canonizado por el papa Gregorio XV en 1622. Patrono de Oriente y de las Misiones, junto con Santa Teresa del Niño Jesús, muchas congregaciones también lo adoptaron como especial intercesor y patrono, como las Misioneras de Cristo Jesús, los Misioneros Javerianos o el Instituto Español de Misiones Extranjeras.

El escritor español José María Pemán, en su obra “El divino impaciente”, pone en boca de Javier, a punto de fallecer, las siguientes palabras: 

“Te he confesado hasta el fin

con firmeza y sin rubor;

no puse nunca, Señor,

la luz bajo el celemín.

Me cercaron con rigor

angustias y sufrimientos.

Pero de mis desalientos

vencí, Señor, con ahínco.

Me diste cinco talentos,

y te devuelvo otros cinco.

Bendice, ahora que se gasta

mi luz, a Ignacio y Loyola…

Cuida a mi gente española… 

si algún día mi casta

reniega de Ti, y no basta

para aplacar tu poder,

en la balanza poner

sus propios merecimientos,

¡pon también los sufrimientos

que sufrió por Ti Javier!”.

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