Colaborar con el DOMUND es practicar el estilo de Dios
- On 9 de octubre de 2025
OMPRESS-SEVILLA (9-10-25) En su carta para el Domund de este próximo 19 de octubre, el arzobispo de Sevilla, Mons. José Ángel Saiz Meneses, recuerda a los fieles sevillanos que los misioneros, hombres y mujeres concretos, muestran la dimensión constitutiva de la Iglesia, la misión.
“Celebramos la Jornada Mundial de las Misiones. El lema de este año –‘Misioneros de esperanza entre los pueblos’– nos llega como un regalo y una tarea. El Papa Francisco, en su Mensaje lo presentó así: es una invitación a toda la Iglesia a ser ‘mensajeros y constructores de la esperanza, siguiendo las huellas de Cristo’. Y añadió: ‘Les deseo a todos que vivan un tiempo de gracia con el Dios fiel que nos ha regenerado en Cristo resucitado para una esperanza viva (1 Pe 1, 3-4)’.
La misión toma carne en hombres y mujeres concretos –sacerdotes, consagrados y laicos– llamados a entregar su vida al anuncio del Evangelio; sin ellos no es posible desplegar la dimensión constitutiva de la Iglesia. En nombre de toda la Archidiócesis, y con palabras del propio Francisco, decimos a nuestros misioneros: ‘¡Gracias de corazón!’. Nuestra época padece una difusa tristeza: tantas promesas humanas se agotan en el corto plazo y dejan un poso de desilusión. La esperanza cristiana no es autoayuda ni optimismo ingenuo: tiene una fuente y un nombre, Jesucristo, muerto y resucitado. Por eso el Papa nos recuerda que somos ‘gente de primavera’, porque la Pascua de Cristo ‘marca la eterna primavera de la historia’; y que ‘Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda’.
La esperanza que recibimos ‘de lo alto’ se derrama horizontalmente como comunión entre los pueblos. En este sentido, el Santo Padre León XIV —al inicio de su ministerio— nos habló del corazón de la misión: Dios ‘nos quiere a todos unidos en una única familia’; y nos exhortó a ‘una Iglesia unida, signo de unidad y comunión… una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra… y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad’. ¡Qué programa tan hermoso para nuestra Iglesia diocesana!
Celebramos esta Jornada en pleno Año Jubilar. La Bula Spes non confundit –“la esperanza no defrauda” (Rm 5, 5)– nos ha convocado como ‘peregrinos de la esperanza’. Pidamos la gracia de vivir este DOMUND con mirada jubilar: dejándonos reconciliar por Cristo, atravesando las Puertas Santas (en Roma o en nuestra Archidiócesis) y traduciendo la indulgencia recibida en obras de misericordia, oración misionera y generosidad concreta. El mismo Francisco desea ‘que la luz de la esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas… y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todas partes del mundo’.
El Mensaje del Papa Francisco propone tres caminos para ‘renovar la misión de la esperanza’: renovar en nosotros la espiritualidad pascual –celebrando con mayor hondura el Triduo y cada Eucaristía–; volver a la oración con la Palabra de Dios, especialmente los Salmos, que educan la esperanza; y emprender procesos comunitarios de evangelización, con paciencia y sinodalidad, porque la esperanza cristiana es siempre personal y, al mismo tiempo, comunitaria. Esta trilogía –Pascua, oración, comunidad– marca el pulso de nuestra vida diocesana. La Eucaristía es el ‘corazón’ de la misión: allí se alimenta el ardor apostólico y allí aprendemos el estilo de Dios –cercanía, compasión, ternura– tan necesario en un mundo con heridas de soledad, desorientación y descarte. La oración litúrgica y personal mantiene viva la llama; y las comunidades, cuando viven el Evangelio, se convierten en signos de una humanidad nueva, capaz de hospitalidad y de servicio.
La misión la realiza la Iglesia entera, Cuerpo de Cristo, en comunión. El Papa León XIV ha recordado –en su discurso a las Obras Misionales Pontificias– dos rasgos que debemos custodiar: comunión y universalidad. Con acento agustiniano, resumió su lema episcopal y ahora pontificio: In Illo uno unum: ‘En Cristo… somos uno, la familia de Dios, más allá de la rica variedad de nuestras lenguas, culturas y experiencias”. Y concluyó animando a seguir siendo “misioneros de esperanza entre todos los pueblos’. Que esta conciencia oriente también nuestros planes pastorales y la vida de nuestras parroquias y comunidades. Asimismo, el mismo León XIV nos ha dejado un criterio muy práctico en su homilía de inicio: la autoridad apostólica se ejerce como caridad; la Iglesia de Roma ‘preside en la caridad’; no se trata de poder ni de propaganda, sino de amar “como lo hizo Jesús”. Esta clave –unidad en la caridad– es luminosa para nuestras tareas diocesanas, para nuestras hermandades y cofradías, para las familias, los jóvenes y los mayores.
Colaborar con el DOMUND es practicar el ‘estilo de Dios’: cercanía, compasión, ternura. Cercanía que visita; compasión que se duele y actúa; ternura que respeta y eleva. No exportamos ideologías, ni imponemos moldes culturales: ofrecemos a Jesucristo, esperanza viva, y aprendemos a la vez de los pueblos a los que servimos. Recordaba Francisco –citando Gaudium et spes– que ‘los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias’ de los hombres son también las de los discípulos de Cristo. Esa empatía encarnada da credibilidad al anuncio. No olvidemos, además, que la oración sostiene toda obra: ‘rezar es la primera acción misionera’ y ‘la primera fuerza de la esperanza’. Por eso la vela del cartel –que arde en la mano de cada bautizado– es una escuela de vida: mantener la llama encendida, con humildad y constancia, es en sí mismo un servicio a la misión de la Iglesia.
Sevilla tiene un alma misionera. De aquí partieron y parten hombres y mujeres que han gastado su vida por el Evangelio; y aquí seguimos rezando, aprendiendo y colaborando para que la Iglesia sea sacramento de unidad entre las naciones. Os invito a contemplar la geografía de la misión como ese ‘mapa de pequeños focos’ del cartel: cada luz es una persona y una comunidad que ora, ofrece, se compromete; es la red de la esperanza, extendida por los cinco continentes, unida en la misma fe. Agradezco a los misioneros sevillanos –y a sus familias– su generoso testimonio. A cada uno quiero repetir, con la voz del Papa: ‘¡Gracias de corazón!’. Y a las Obras Misionales Pontificias, principal medio para avivar la responsabilidad misionera de todos y sostener a las Iglesias jóvenes, mi cercanía y reconocimiento.
Pidamos a la Virgen Santa María –Estrella de la Evangelización, Madre de la Esperanza– que nos forme como discípulos y nos envíe como misioneros. Que Ella nos alcance del Señor un renovado ardor pascual, una vida de oración perseverante y la gracia de construir comunidades fraternas que sean hogar para los pobres, los enfermos, los ancianos, los niños y los alejados. Que, en este Año Santo, la luz de la esperanza cristiana llegue a todos como mensaje del amor de Dios; y que nuestra Archidiócesis sea testigo fiel de este anuncio en todas partes”.