En nombre de Dios todas las puertas se nos abrieron

  • On 9 de septiembre de 2025

OMPRESS-COLOMBIA (9-09-25) El Delegado de Misiones de Málaga, el misionero de la Consolata Danilo Cantillo, relata la experiencia misionera que ha vivido este verano en Colombia, compartida con un grupo de jóvenes de la diócesis de Málaga, cuya inquietud misionera les ha llevado a vivir una experiencia inolvidable.

“Con el excelente marco de este año jubilar y bajo el lema ‘Misioneros de esperanza entre los pueblos’, he vivido una rica experiencia misionera en este verano del 2025. En la isla de barú de Cartagena, Colombia; que comprende tres pueblos: Barú pueblo, santa Ana y Ararca. Como delegado diocesano de misiones de Málaga y con este espíritu misionero que me define, pues soy Misionero de la Consolata, y apoyado por mi obispo, D. Jesús Catalá Ibáñez, y del Consejo Diocesano de Misiones, invité a un grupo de jóvenes malagueños con inquietud misionera. Después de una preparación de un año y de contactar con el párroco Édison Escalona, responsable pastoral de aquella población Afro. Él estaba interesado en avivar la fe de aquellas comunidades, y yo estaba dispuesto a misionar con este grupo de jóvenes. O sea que ‘se encontraron el hambre con las ganas de comer’.

Esta ha sido una experiencia imborrable desde el primer momento que pusimos el pie en aquellas tierras misioneras. La población nos estaba esperando con una enorme pancarta de bienvenida, una sonrisa en los labios, canciones cantadas con el alma, abrazos, besos y comida. Después de la Eucaristía de apertura a la experiencia fuimos acogidos en varias casas de algunas familias de Barú, pueblo donde nos ofrecieron sus camas, compartieron sus alimentos con nosotros. El agua era poca; porque todavía la recogen en albercas, pero nunca faltó el barreño y el cubo para nuestro aseo personal diario.

En la población de Santa Ana hemos dormido en el propio templo parroquial. Hemos encontrado la casa parroquial preparada con alimentos y colchonetas. Cada medio día era un desfile de ‘servidoras’, mujeres de la Parroquia que se esmeraban por llevarnos almuerzo preparado, caliente, abundante y lleno de muestras de afecto y de cariño. En la población de Ararca he percibido que era el lugar donde más avivamiento en la fe faltaba; me lo quedo en el corazón como tarea pendiente para otra ocasión.

En esta experiencia misionera hemos tenido la oportunidad de entrar en los centros educativos ‘evangelizar y ser evangelizados’ por estudiantes y docentes. Todas las mañanas hemos rezado como grupo para potenciar que la misión que realizábamos era de Dios y no nuestra; con alegría visitábamos las familias llevando un mensaje de esperanza y la invitación a participar en la Eucaristía hecha por sectores en las tardes/noches. Misas hechas en una calle, con una mesita como altar y el cielo estrellado o el atardecer, pincelado con los colores vivos y caprichosos del sol, como techo de toda aquella calle que, en ese momento, era la catedral más grande y hermosa del mundo, y la coral el grupo de jóvenes malagueños cantando con entusiasmo. Al finalizar de la Eucaristía juegos y danzas con los niños y los no tan niños, un momento de alegría entre dos culturas que se encuentran y se enriquecen en un solo Dios Padre que abraza a niños y adultos; blancos y negros; hombres y mujeres; locales y allegados. Un Dios que mostraba su alegría inmensa porque ‘estuve enfermo y viniste a visitarme, sediento y me distes de beber, encarcelado y viniste a visitarme’.

En nombre de Dios todas las puertas se nos abrieron: las de ‘Proyecto Hombre’, un grupo de personas drogodependientes que vibraron con fe en aquella Eucaristía. Me queda seguir rezando por ellos y sus familias para su recuperación, y colaborar en lo que esté al alcance de mi mano para ayudar materialmente estas realidades.

También la organización de ‘madres comunitarias’ que son un grupo de mujeres del pueblo que en sus propias casas cuidan y escolarizan a niños pequeños para que puedan tener una alimentación equilibrada y las madres pobres y/o solteras puedan trabajar mientras sus hijos menores están atendidos.

Experiencias como estas valen la pena: son una ayuda a la Iglesia local, favorecen la catolicidad de la Iglesia universal y son una oportunidad para que los jóvenes vean otras realidades, sean abiertos con otras culturas y no tengan miedo de compartir su fe. ‘Hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen cada una de ellas, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir’, Juan 21:25. Muchos nombres, rostros, situaciones, calles que han quedado tatuadas en mi alma y selladas con la bendición de Dios”.

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