Signos, símbolos e instrumentos de la identidad misionera de la Iglesia
- On 26 de mayo de 2025
OMPRESS-ROMA (26-05-25) El cardenal Luis Antonio Gokim Tagle, Pro-Prefecto del Dicasterio para la Evangelización, daba la bienvenida la pasada semana a los directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias llegados a Roma para su Asamblea anual. La vocación específica de un director nacional fue su discurso de bienvenida.
“Les doy las gracias a todos ustedes, directores nacionales, por el servicio valioso, e incluso heroico, que prestan no solo a sus respectivas iglesias, sino también a la Iglesia universal”, les decía el cardenal a los más de 120 directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias, reunidos en Roma para reflexionar sobre la misión y su labor al frente de la animación misionera en sus respectivos países y, también, para aprobar la asignación de las colectas destinadas a los territorios de misión.
Su intervención quería responder a una pregunta: “¿Cuál es la vocación o el llamado específico de un Director Nacional de las Obras Misionales Pontificias? ¿Es un título? ¿Es solo un título que se suma a otros muchos? ¿Es una carrera? ¿Es una tarea? ¿Qué es? ¿Qué significa ser Director Nacional, especialmente para nuestro tiempo, para nuestra Iglesia que vive en el mundo de hoy?”. El cardenal Tagle respondía a esta pregunta en tres puntos bien definidos.
El primer punto de la respuesta a la pregunta es que el Director nacional de OMP “es signo, símbolo e instrumento de la identidad misionera de la Iglesia”. El prelado filipino señalaba que “la identidad de la Iglesia se renueva como Iglesia de Dios en misión. Si decimos que la Iglesia hace la Eucaristía, y la Eucaristía hace a la Iglesia, creo que también puedo decir: la Iglesia hace la misión, pero la misión también hace a la Iglesia. Podemos incluso decir: ‘Muéstrame qué tipo de misión eres y te diré qué tipo de Iglesia eres’. Una iglesia sin misión deja de ser una Iglesia vibrante”. En este contexto el director de OMP “está llamado a ser el rostro, la voz, las manos, los pies y el corazón de una Iglesia que hace misión”. El cardenal les invitaba a reflexionar sobre este papel que desempeñan en las Iglesias de todo el mundo: “Les consolará, pero también les hará temblar, porque lo que está en juego no es solo una obra, sino el rostro y la acción de una Iglesia llamada a ser icono de la Trinidad en comunión, también en misión. Por favor, no se rindan. Es una vocación hermosa, y la Iglesia necesita personas que abracen esta maravillosa imagen y visión de la Iglesia”.
El segundo punto que responde a la pregunta de la vocación de un director nacional de las Obras Misionales Pontificias, según el cardenal Tagle, surge de los fundadores de las mismas. La beata Pauline Jaricot, el obispo Charles Forbin-Janson, Jeanne Bigard y el beato Paolo Manna fueron todos, lo que debe ser un director nacional: “una persona de cooperación en la misión. Su persona debe recordar a todos que estamos llamados a cooperar unos con otros. Por eso, el director debe ser un signo vivo e instrumento de esa cooperación en la misión. Desde sus orígenes, las Obras Misionales han sido expresiones de la fidelidad de los fieles católicos a Cristo. Fueron una expresión de su espiritualidad, de su discipulado. Surgieron de esa llama del discipulado. Querían ser fieles a Cristo. Y esta fidelidad a Cristo, como una llama ardiente en sus corazones, se expresó en la corresponsabilidad misionera”. En conclusión, “su seguimiento de Cristo se convirtió en corresponsabilidad con quienes lo proclamaban y apoyaban el crecimiento de las iglesias jóvenes”. Un director de OMP debe ser “el rostro, la voz, las manos, los pies y el corazón de la cooperación misionera en su Iglesia nacional y también en la Iglesia universal. Alguien conocido por ser un buen cooperador y capaz de inspirar cooperación”.
La tercera parte de la respuesta tiene su inspiración en la Iglesia primitiva. Una reflexión muy apropiada en el Tiempo de Pascua y en el Año Jubilar. “A veces se olvida”, indicaba el Pro-Prefecto del Dicasterio para la Evangelización, “que fue el Señor resucitado y su encuentro con los discípulos lo que realmente los cambió, lo que realmente los hizo nuevas criaturas, transformándolos en misioneros”. Ese encuentro y el don del Espíritu Santo los convirtieron en misioneros.
Por otro lado, cuando surgió el conflicto sobre las prácticas y las leyes judías en la Iglesia primitiva, todos se reunieron en lo que fue el primer concilio, que se caracterizó por “la oración, la palabra de Dios, el discernimiento de la acción del Espíritu, el respeto mutuo, la escucha”. Todos, rasgos indispensables de “cualquier cooperación misionera universal organizada”.
Otro rasgo de aquella Iglesia primitiva, recordaba el cardenal, fue también la cooperación. San Pablo en la carta a los Romanos, “elogia a las iglesias de Macedonia porque, aunque eran jóvenes, compartían lo que podían, a pesar de su propia necesidad, a pesar de su propia pobreza”. Según los Hechos de los Apóstoles, “esa era la marca distintiva de las primeras comunidades cristianas: compartir”. Este rasgo, nacido no de hojas de cálculo, sino de la resurrección y de Pentecostés, es el “origen de la iglesia misionera, que tiene un enfoque universal y comunitario”.
Así, al remontarnos a la experiencia de aquella Iglesia primitiva, “vemos ya el rastro de lo que ahora llamamos Cooperación misionera. Todavía no se organizaban en las Obras Misionales Pontificias, pero las raíces ya estaban allí. Son una experiencia pascual. Tienen sus raíces en los nuevos cielos y la nueva tierra que la Pascua ha inaugurado”. De alguna manera, concluía el cardenal Tagle, “quiero imaginar que nuestros Directores de OMP contemporáneos son una extensión de los primeros apóstoles”.