Los misionerísimos de Gesto: san Pedro Claver
- On 9 de septiembre de 2024
Después del descubrimiento de América, muchos señores compraban africanos y los trataban como esclavos, como si no fueran personas. Los que sobrevivían al viaje llegaban a América muertos de miedo, pensando que los iban a matar. El padre Pedro Claver los esperaba para abrazarlos y consolarlos. Este jesuita catalán había ido como misionero a Colombia para que los esclavos experimentaran que Dios los amaba mucho y era Padre de todos, sin distinción de color.
Cuando Pedro llegó a Mallorca siendo un joven seminarista, se alojó en un colegio que tenía como portero a un religioso anciano, llamado Alonso Rodríguez, al que todos tenían por santo. Pedro y Alonso se hicieron amigos de inmediato. Todas las noches, Pedro iba a la habitación del anciano y él le contaba lo triste que estaba por tantas personas que sufrían en el mundo. Al hermano Alonso le preocupaban, sobre todo, las injusticias que se cometían en América. Pedro se conmovía al escucharlo y, poco a poco, creció su deseo de hacer algo por los esclavos a los que todos maltrataban.
Ni corto ni perezoso, Pedro, que era un hombre de acción más que de palabras, se embarcó un 15 de abril de 1610 rumbo a aquel continente y, tras meses de navegación, llegó a Nueva Granada (la actual Colombia). A esas alturas, ya tenía muy claro que quería entregar toda su vida a estas pobres gentes a las que se les negaban todos sus derechos. Es más, tras ordenarse sacerdote en 1616, hizo una promesa en la que decía que quería ser “esclavo de los negros para siempre”. Y la cumplió hasta el final.
Al llegar a Colombia, conoció a otro Alonso (este se apellidaba Sandoval), que le llamó la atención por el cariño con el que trataba a las personas que llegaban de África. Pedro siguió los pasos de este sacerdote, jesuita como él, y se esforzó todavía más para hacer que los esclavos sintieran que no estaban solos y que alguien los quería y se preocupaba por ellos.
Cada mes, desde el Colegio de Cartagena de Indias donde vivía, Pedro veía llegar al puerto los barcos “negreros” que traían nuevos esclavos. Entonces salía corriendo para ir a su encuentro. Los esclavos tenían los tobillos sujetos con grilletes, pero su cuerpo temblaba de miedo; el intérprete que acompañaba al misionero gritaba: “No temáis, es el padre Pedro, él os ama”. Él los abrazaba y les sonreía. Les llevaba comida, ropa y todo lo que se le ocurría para ayudarles a olvidar la dureza del viaje. Así, poco a poco, se ganaba su confianza. Primero buscaba a los enfermos, a los que vendaba y curaba él mismo, y también preguntaba si había niños en peligro de muerte para bautizarlos.
Para que estas personas aprendieran a conocer a Jesús, les enseñaba imágenes de colores con escenas de su vida, que ellos contemplaban admirados. El padre Pedro llegó a bautizar a más de trescientos mil esclavos. Cuando confesaba, no le importaba hacer esperar a las que eran consideradas “grandes damas”, pero atendía inmediatamente a las esclavas negras.
Aunque no era bien recibido, el padre Pedro iba a veces a las casas donde trabajaban los esclavos, para suplicar a los dueños que no los maltrataran. Esto no gustaba mucho a los señores, y el padre Pedro se ganó muchos enemigos entre los poderosos. Tampoco la Inquisición veía con buenos ojos a este misionero. El padre Pedro estaba convencido de que lo que él hacía nunca sería mal visto por “el Dios que murió por todos”.
Durante 40 años, el misionero amigo de los esclavos vivió entregado totalmente a hacerles felices. Cuando tenía 70 años, enfermó y ya no se recuperó. Fue una etapa difícil, que pasó prácticamente solo. Al final, estando en su lecho de muerte, empezó a correr este rumor: “¡El santo muere, el santo muere!”. La gente corrió a la casa de ese padre moribundo, que les había entregado su vida, para despedirse de él. Uno tras otro, fueron pasando junto a su cama, hasta que, ya por la noche, Jesús se lo llevó al cielo.
Después de la muerte del padre Pedro, una gran señora llamaba Isabel de Urbina, se acercó llorando a su esclava negra y le dijo: “Desde hoy, eres libre”. Ese día, sentado en el cielo junto a Jesús, también el padre Pedro lloró de alegría.
Cartagena de Indias, en Colombia, fue declarada “cuna de los derechos humanos” por la lucha por la dignidad de los esclavos que llevaron a cabo allí los jesuitas Alonso Sandoval y san Pedro Claver.