Mons. Forbin-Janson, el fundador de Infancia Misionera que soñó con llegar a China
- On 11 de julio de 2024
Hoy se conmemora el 180 aniversario de la muerte de Mons. Charles de Forbin-Janson, fundador de la Obra de la Santa Infancia, hoy Obra Pontificia de la Infancia Misionera y uno de los grandes impulsores de la implicación de todos los bautizados en la misión de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra.
Nacido en París en 1785, en una familia noble de militares, la revolución le llevó al exilio en Alemania junto a su familia. Tras regresar a París y recibir la primera comunión, su familia empezó a medrar en la corte de Napoleón. Aunque a él le ofrecieron cargos tenía clara su vocación sacerdotal y misionera. Diversas tareas y responsabilidades no ahogaron su deseo de ser misionero, un deseo que encauzó con su dedicación a las “misiones populares”, que buscaban revivir la fe en la Francia descristianizada de después de la revolución. Tenía un don para la elocuencia y para llegar a la gente. En 1824 es nombrado y consagrado obispo de Nancy y Toul, en el noreste de Francia. En aquel tiempo, mantenía un contacto muy cercano con los misioneros que le escribían y le pedían su ayuda, misioneros que había conocido gracias a su contacto continuo con el Seminario de Misiones Extranjeras de París. Cuando la revolución de 1830, le obligó a abandonar su diócesis, le pidió al Papa que le dispensara de su cargo para poder partir al Extremo Oriente, como misionero. El Papa Pío VIII accedió, pero nuevamente su sueño no se pudo cumplir. Sin embargo, fue en 1839, cuando invitado por los obispos misioneros de América del Norte partió a Canadá y después a Estados Unidos. Su elocuencia volvía a atraer multitudes. Allí estuvo hasta 1841 que volvió a Francia con la idea de crear una fundación en favor de las misiones. Le llegaban noticias sobre muchos niños –y especialmente niñas– de China que, abandonados o asesinados fríamente, morían sin ni siquiera poder recibir el bautismo. Eran las agonizantes solicitudes de ayuda lanzadas por los sacerdotes de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París, de la que él mismo había pensado formar parte.
Ese mismo año de su regreso a Francia, en el verano de 1842, Mons. Charles de Forbin-Janson fue a Lyon para hablar con Pauline Jaricot, la joven laica que, veinte años antes, había fundado la Pontificia Obra de la Propagación de la Fe, el Domund. El espíritu práctico de Pauline le dio el impulso final para organizar lo que sería la Santa Infancia. Tres elementos la constituirían. De menos a más, la ofrenda de una moneda al mes para ayudar a los niños de los territorios de misión, que aportarían los niños que formaran parte de la nueva asociación. Segundo, subiendo en la escala de importancia, la recitación diaria del Ave María, más una breve oración por los niños en las misiones, lo que haría que su compromiso fuese diario y formara sus almas en la cercanía a la misión. El tercer elemento, el más importante e innovador, estaba en el mismo nombre de esta nueva fundación, Obra de la Santa Infancia… de Jesús. Es decir, la “sequela Christi”, la experiencia del seguimiento de Cristo y su imitación se extendían también a los niños. La contemplación de la infancia del Señor abría el corazón de manera sencilla al misterio de la Encarnación, hacerse uno con Cristo y compartir su amor salvador. Así se fundó la Obra el 19 de mayo de 1843.
En seguida tuvo una gran aceptación en Francia. En los años posteriores se convirtió en uno de los grandes ejes de la transmisión y la educación en la fe de los niños de Francia y de muchos otros lugares, como Canadá, donde tanto éxito había tenido la predicación de Mons. Forbin-Janson. Reforzó a la Obra de la Propagación de la Fe, puesto que la mayor parte de los niños que colaboraban con Infancia Misionera se sumaban y respaldaban, ya adultos, la labor de la misma. Además, no se trataba de que los niños de Europa ayudaran a los “pobres” niños del resto del mundo. En Infancia Misionera se acogía en igualdad de condiciones a todos los niños. De hecho, su primer santo, cuyos restos descansan en la Chapelle de la Sante-Enfance de Notre Dame de París, es chino: San Paul Tchen, mártir en China en 1861, cuando era un joven seminarista. Solo un año después de crear la Obra, el 11 de julio de 1844, Mons. Charles de Forbin-Janson murió cerca de Marsella. Se había retirado a una casa de su familia en espera de una mejora de su salud que, desgraciadamente no llegó. El puerto de Marsella era la puerta de salida hacia China, su sueño misionero. De alguna manera, como San Francisco Javier, se podría decir que se quedó “a las puertas de China”.
Su iniciativa fue apoyada inmediatamente por los Papas, que no dejaron de impulsarla y pedir se extendiera a todas las diócesis del mundo y que, finalmente, en 1922, hicieron suya con la concesión por parte del Papa Pío XI, del título de “Pontificia”. La hermana Roberta Tremarelli, secretaria internacional de la Obra Pontificias de la Infancia Misionera pide, con ocasión del 180 aniversario de la muerte de su fundador, que se conmemora hoy, que recemos “no solo por los niños de todo el mundo sino también por el alma de Mons. Charles de Forbin-Janson que nos dejó este hermoso y riquísimo legado, el carisma de la Obra. Oremos por él y por todos nosotros, para que nuestro corazón arda cada vez más del amor al Evangelio y a la Iglesia”.