El crucifijo del cangrejo de San Francisco Javier, patrimonio nacional
- On 27 de febrero de 2024
OMPRESS-MADRID (27-02-24) El famoso crucifijo que un cangrejo sacara del mar en la isla de Seram, Indonesia, para devolvérselo a San Francisco Javier, hoy forma parte del patrimonio nacional del Estado español. Se encuentra expuesto en el Palacio Real de Madrid. Un crucifijo que acompañó al santo en su increíble periplo misionero.
Nuestro relato, el hecho que hizo famoso este crucifijo, se remonta a 1546, cuando San Francisco Javier se dirigía a la isla de Seram, en el archipiélago de las Molucas, actualmente Indonesia. La región estaba habitada por cazadores de cabezas. Iba acompañado por un joven soldado, Fausto Rodrigues, que fue quien más tarde relataría el suceso como testigo presencial, y un mercader portugués. En medio del viaje se levantó una tempestad o tifón de tal magnitud que pensaron que no saldrían vivos de aquel mar embravecido: “Tomó el Padre Maestro Francisco un crucifijo, que llevaba colgando del cuello, del grosor de un dedo y lo introdujo en el mar”, contaría Fausto en una declaración en 1608 previa a la beatificación y canonización del navarro.
Reclinado como estaba sobre la amura de la embarcación, “se le cayó de la mano al mar”, continúa contando aquel soldado portugués. “Mostró el Padre Maestro Francisco una gran turbación, por haber perdido su crucifijo. Después de unos días llegamos a una isla, llamada Barnula (Seram), donde está el pueblo Thamalo, que era la finalidad del viaje. Nuestra nave arribó a la orilla. Habían pasado 24 horas desde que el Padre Maestro Francisco perdió su crucifijo”. Saltan a tierra y los dos, el misionero y el soldado se pusieron a caminar por la playa hacia la población de la isla. Llevarían caminando un cuarto de hora, “cuando salió un cangrejo del mar con el dicho crucifijo, que mantenía elevado con sus pinzas, hasta que le tomó el crucifijo y el cangrejo se volvió inmediatamente al mar”. San Francisco Javier besó el crucifijo y permaneció de rodillas un largo rato, y el joven soldado acabó también arrodillado a su lado. Dieron gracias a Dios por lo acaecido. Por otro lado, el relato es verosímil, puesto que hay especies de cangrejo en la zona de las Molucas tan grandes que pueden arrastrar con facilidad un coco, cuanto más aquella liviana pieza de madera.
Imaginar que nuestro santo no se separó de aquel crucifijo, no es difícil, pero, ¿cómo acabó en el Palacio Real aquel crucifijo empapado por las aguas del Pacífico? Sus andanzas se entrelazan con la historia de la Compañía de Jesús, como si fuera testigo de los sucesos que vivieron los sucesores de San Francisco Javier en su misión. Después de todo la historia de la salvación y de la misión, con mayúsculas, se entrelaza inexorablemente con la historia en minúsculas de las intrigas y azares humanos.
Quien sería el Santo Patrón de las Misiones falleció a las puertas de China en la isla de Shangchuan, y su crucifijo acabó volviendo a Europa, de donde había salido, en concreto, en el Colegio de la Compañía Jesús de Coimbra, en Portugal. Allí estaba en 1654, ya en un relicario, puesto que la canonización había tenido lugar en 1622. En aquel colegio permanecería el crucifijo hasta la expulsión de los jesuitas del reino y las posesiones de Portugal en 1759, a la que seguirían otras expulsiones, entre ellas la de España, y la supresión de la Orden en 1773. Parece que ser que uno de los estudiantes, José Cayetano, se llevó la reliquia. Muchos de los jesuitas portugueses, como más tarde ocurriría con los españoles, llegaron a Italia. Cayetano junto a varios compañeros firmaron un documento en Tívoli, en 1760, comprometiéndose a devolverlo cuando amainase la tempestad contra la Compañía, que desgraciadamente sería peor que la que el “Padre Maestro Francisco” había sufrido en las aguas de las Molucas. El crucifijo fue entregado por el estudiante portugués al General de la Compañía, Lorenzo Ricci y luego pasaría al cardenal de origen español Francisco Javier Zelada, bajo cuya responsabilidad estaba la Biblioteca Vaticana. Algo paradójico, porque aquel cardenal había sido uno de los grandes impulsores de la supresión de la Compañía. Tenía la idea de llevarlo a Compostela pero, a su muerte, el crucifijo llegó a Barcelona gracias a un familiar del difunto que lo entregó a un fraile capuchino, llamado fray Ambrosio.
Una vez que pasó la tormenta, llegó por fin el restablecimiento de la Compañía por el Papa Pío VII en 1814, a la que siguió la derogación de su expulsión de España por parte de Fernando VII. Fue entonces cuando volvió a aparecer la reliquia. Para agradecer el gesto del rey, el padre Manuel de Zúñiga, Comisario para la restauración de la Compañía en España –él mismo había sufrido la expulsión– le regaló el crucifijo, que le había entregado el fraile capuchino.
En la actualidad, el sencillo crucifijo de madera del santo tiene la figura de un cangrejo de bronce a sus pies, le han añadido unas cantoneras también de bronce y está encerrado en una caja de ébano que permite que permanezca vertical. Así, verticalmente, lo debieron ver tantas personas cuando lo levantaba allí en Oriente, San Francisco Javier, mientras llevaba el nombre de Jesús en sus labios.