Recordando a Juana Bigard
- On 18 de diciembre de 2023
OMPRESS-ROMA (18-12-23) Una vida ofrecida y donada para el cuidado y sostenimiento de las vocaciones sacerdotales de los países de misión. Es la historia de Juana Bigard, fundadora de la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, una de las cuatro Obras Misionales Pontificias. Es una historia que nace de su sensibilidad misionera, compartida con su propia madre. El pasado 8 de diciembre se cumplían 164 años de su nacimiento.
La historia comienza en la segunda mitad del siglo XIX, época que vio el nacimiento de institutos misioneros y la revitalización de la missio ad gentes. Juana Bigard y su madre leyeron los escritos de los misioneros que estaban en África, Asia y China y conocieron las Obra de la Propagación de la Fe, el Domund, que estaba al servicio de los sacerdotes misioneros en el anuncio del Evangelio. Es precisamente el servicio de esta última Obra lo que inspiró a Marie-Zoé du Chesne que, antes de la fundación de la Obra para ayudar a las vocaciones por Juana Bigard, en 1838 en Orleans, había creado la “Obra Apostólica” que tenía como objetivo proporcionar a los misioneros católicos franceses en el extranjero cálices, altares portátiles, manteles y demás objetos necesarios para el ejercicio de su ministerio. La intuición de Marie-Zoé du Chesne resultará profética con respecto a la fundación de Juana Bigard, que seguirá ocupándose también de estas necesidades litúrgicas pero que tendrá el mérito de intuir la importancia de las vocaciones locales en el anuncio del Evangelio.
Juana Bigard y su madre, animadas por el deseo de comprometerse de manera concreta, ofrecieron oraciones y sacrificios por los misioneros y, al mismo tiempo, comenzaron a apoyar económicamente las necesidades que les planteaban, creando una red de apoyo a través de una labor de sensibilización capilar y continuada. Un misionero francés en Japón habló de Bigard y de su madre al Vicario Apostólico de Nagasaki, Jules-Alphonse Cousin, que ya había creado un seminario para la formación de sacerdotes japoneses, pero no tenía los medios para mantenerlo y sostener económicamente a cada aspirante. Mons. Cousin se dirigió a Juana Bigard en 1899, con una carta fechada el 1 de junio, carta que marcaría el inicio de la Obra de San Pedro Apóstol.
Ya en 1893, menos de cuatro años después de su fundación, Mons. Louis Guillon, Vicario Apostólico de Manchuria, elogió la obra en estos términos: “La labor de formación de sacerdotes indígenas es el nervio de la evangelización””. Explica con más detalle en otra carta escrita el 25 de marzo de 1896: “multiplicando el clero indígena, esta Asociación de San Pedro, tan oportuna en estos tiempos, multiplicará por diez los frutos de nuestro apostolado… Doy gracias a Dios con todo mi alma por haber dado origen a una Obra tan apostólica y tan adecuada a nuestras necesidades”.
Además de los testimonios de los misioneros que se beneficiaban de la misma, la fundadora recibió también la aprobación de varios obispos franceses que habían sido informados de sus actividades caritativas. Mons. Auguste-René-Marie Dubourg, obispo de Moulins, que después sería cardenal, en carta del 27 de mayo de 1896 afirmaba con enérgica convicción que la utilidad, incluso la necesidad de la Obra, era indiscutible. Ante la innegable naturaleza de esta necesidad, el Papa León XIII pidió que esta Obra se extendiera a las diócesis y parroquias de todos los países. Finalmente, en un quirógrafo fechado el 4 de enero de 1921 por el Papa Benedicto XV, se lee: “Tenemos especialmente en el corazón la Obra de San Pedro Apóstol, cuyo fin es el de dotar a la Iglesia en los países de misión de clero indígena capaz de acelerar la extensión del reino de Nuestro Señor Jesucristo; por eso deseamos ardientemente que esta Obra florezca en cada diócesis y también en cada parroquia. Con esta esperanza impartimos de corazón Nuestra Bendición Apostólica, para que sea prenda de gracia y fervor divino, a todos los miembros y bienhechores de esta loable Obra”.