San Carlos de Foucauld, el hermano universal
- On 1 de diciembre de 2023
Cuando solo tenía 6 años, Carlos se quedó huérfano. Su abuelo cuidó de él y de su hermana pequeña. Después, siendo joven, solo pensaba en divertirse y gastarse en fiestas todo el dinero que había heredado. Se hizo militar y le echaron por desobediente; sin embargo, luego volvió al ejército y se fue a África, donde Jesús le esperaba entre los más pobres. Su vida se dio la vuelta y les llegó a querer tanto que ahora todo el mundo le conoce como “el hermano universal”.
Carlos se había comportado siempre como un egoísta que pensaba solo en sí mismo pero, en un viaje como militar a Argelia, vio cómo los musulmanes se defendían unos a otros porque se consideraban hermanos. Quiso saber más de ellos y volvió a África, esta vez como explorador, para recorrer Marruecos. En un momento de la expedición le sorprendió ver cómo rezaban. Entonces empezó a recordar y a echar de menos la fe cristiana que tenía de niño.
Al regresar a París, comenzó a frecuentar una iglesia. Allí pasaba largas horas repitiendo: “Dios mío, si existes, haz que yo te conozca”. Y un día, se acercó al sacerdote. Este, viendo en él un deseo muy grande de Dios, le invitó a que se confesara.
En ese momento Carlos se encontró con Dios y se dio cuenta de que no había nada más importante en el mundo. Y, desde aquel día, pasaría su vida intentando quererle cada vez más; a Dios y a todo el que se cruzara por su camino.
Lo primero que hizo para estar más cerca de Jesús fue peregrinar a Tierra Santa. En Nazaret descubrió que Jesús había pasado 30 años “escondido” trabajando como un artesano más y sintió que Dios le invitaba a él también a vivir así.
Los pobres y esclavos que había conocido en sus viajes a África se le habían quedado metidos en el corazón, y cayó en la cuenta de que su sitio estaba con ellos: viviendo en el Sahara como Jesús había vivido en Nazaret. Sería el hermano cristiano de los musulmanes.
Carlos se hizo sacerdote y se fue a Argel vestido con una túnica como la que llevan los musulmanes, aunque sobre ella cosió una tela con el Corazón de Jesús. Se construyó una pequeña cabaña, como la casita de Nazaret. En ella vivía con Jesús, que le acompañaba en el sagrario. Trabajaba y rezaba, y cada día le visitaban más musulmanes que venían a pedirle ayuda. Le llamaban el “morabito”, que es como dicen allí a los ermitaños. Así pasó un tiempo…
Pero el hermano Carlos creía que todavía podía parecerse más a Jesús. Y se fue a Tamanrasset, en lo profundo del desierto. Allí habitaban los tuaregs u “hombres azules”, un pueblo extraño y feroz, que vestía con largas túnicas de ese color. El hermano Carlos pidió al jefe de los tuaregs que le aceptara “como un hombre de Dios” que deseaba vivir “como ermitaño y amigo”. Carlos quería vivir la “fraternidad universal” para recordar que todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre Dios. Él y Moussa, que así se llamaba el jefe, se hicieron tan amigos que Carlos le llevó a París para conocer y visitar a su familia.
Al regresar a África, la situación se había vuelto muy peligrosa, pues llegó la guerra. Una mañana, golpearon a la puerta de la cabaña de Carlos y, cuando abrió, le apresaron. En medio del revuelo, el hermano Carlos recibió un disparo y falleció. No le pilló de sorpresa, ya que estaba “siempre en guardia”. Sabía que su Hermano Jesús podía llamarle en cualquier momento para ir a su lado y, en el fondo, era lo que más deseaba: estar muy cerquita de Jesús.