Llamarse a uno mismo “misionero” da cierto respeto

Llamarse a uno mismo “misionero” da cierto respeto

  • On 25 de octubre de 2023

OMPRESS-GETAFE (25-10-23) Un grupo de 16 jóvenes de la diócesis de Getafe estuvieron desde el 20 de agosto al 15 de septiembre en la Misión de Camaná, en la Prelatura de Chuquibamba, al sur del Perú. Sofía Chapa, una “misionera” de este joven grupo, comparte con la Delegación de Misiones de Getafe lo que ha significado para todos ellos esta hermosa experiencia.

“¿Quién les habría dicho a mis abuelos Álvaro y Begoña, nacidos en Vizcaya en 1921, que iban a colocar una vela por ellos en el Perú? En lo que dura una misa de difuntos, tres paredes sin techo y un altar se convirtieron en el foco de Luz de todo Camaná, mientras nosotros, dieciséis jóvenes e inexpertos instrumentos, asistíamos perplejos y emocionados a la Oración por excelencia que nos ha alimentado día a día.

Me resulta complicado hablar de la Misión. Ha sido como una brecha de tiempo y espacio en mi vida; como si, de hecho, no formase parte de mi historia y al mismo tiempo la resumiese entera. Al fin y al cabo, llamarse a uno mismo ‘misionero’ da cierto respeto si se entiende la magnitud de lo que ese atributo significa.

Hace poco volvimos a reunirnos en Madrid, y nos retábamos entre nosotros para recordar aproximadamente cuántos bautismos habíamos celebrado. El número quedó entre los 34 y 37, y una de nosotras exclamó entre risas: ‘¡seis de siete sacramentos! El año que viene ordenamos a un cura’. A ese recuento de regalos sobrevino un segundo de silencio en el que sonreímos para nosotros mismos, conscientes de que el número es irreverente y de que una sola alma, es Eternidad.

Creo que podría decirse que eso era lo que más nos impactaba (que me corrijan mis compañeros si hablo equivocadamente en boca de todos); la consciencia tan grande que nos embargaba al sabernos parte imprescindible de la Eternidad. ¿Nuestros actos son eternos? ¿Tanta confianza pone Dios en nosotros? Esto nos decía nuestro padrecito Miguel: ‘Un día nos encontraremos esos nombres y apellidos en el Cielo. ¿Me señalarán y me darán las gracias?’.

Se me pone la piel de gallina solo de recordar los rostros que hemos conocido. Los niños del cole con los que hemos jugado al vóley o fútbol y bailado ‘la Coqueta’; a los que hemos dado catequesis enseñándoles quién es su amigo Jesús y su mamá la Virgen, respondiendo a sus complicadas preguntas marcadas por una infancia malherida en el corazón de sus desestructuradas familias. Recuerdo las lágrimas de emoción de una de las niñas de sexto de primaria cuando le expliqué que Dios lo perdona TODO.

‘- ¿Todo? ¿Me promete que Dios es bueno, señorita?

– Sí, todo, Natali. Te prometo que Dios es el más Bueno.

-Ay, disculpe que llore, es que me emociona.’

Los abrazos de esos niños que veían en nosotros algo especial. Qué privilegio el mío cuando le expliqué a una adolescente que, en unos meses, al bautizarse, iba a tener el corazón más limpio que tendría jamás. ‘Wow’, me respondió con una sonrisa enorme y cohibida. Mientras tanto yo la miraba y pensaba: ‘Vas a ser Hija del Rey…’

En la cárcel nunca importó el crimen de los presos. Nosotros solo escuchábamos cómo gritaban a pleno pulmón el ‘Amén’ más convencido y necesitado que nosotros, misioneros, nunca habíamos dado. La evidencia del Perdón se hizo palpable entre rejas.

‘Hoy he dormido por primera vez sin ese peso en el corazón’, me dijo Susana la mañana siguiente a su bautismo. Ambas sabíamos a qué se refería. Ya no importa. Cuánto arrepentimiento y pesar es capaz de soportar un hombre que sabe que se ha equivocado. Incluso así, cada mañana nos daban la bienvenida al grito de ‘¡Padre! ¡Bienvenido a la casa de Dios!’.

He de remarcar por escrito la locura que vivimos en la cárcel. Me pongo simple y no me enrollo: fiesta en el Cielo y en la tierra. Banquete de bodas. ¿Uno? Nah. Dos. Dos alianzas eternas que se dieron el sí quiero ante Dios. Dos bodas a la vez en una cárcel de Camaná. Creo que no hace falta explicar mucho más. Toda palabra sería en vano. Enhorabuena a los recién casados, ahora el Señor es cabeza y guía de vuestro matrimonio. Y que viva el Amor. Olé.

En el mercado comprar pollo era una oportunidad magnífica para empaparse del Perú. Papas por un tubo, palta sabrosa, el choclo es del color de la Inka-Cola, hay que andarse con ojo con el cebiche, la chicha morada bien calentita (no ayuda a pasar por la garganta), chocolisto: teeee quieeerooo.

Volviendo a ponernos un poco en serio, si tuviera que elegir mi momento favorito del día sería sin duda la Misa en Paraíso o en Bella Unión. Dos barrios muy diferentes, dos misas igual de diferentes. Paraíso fue terreno de misión el año pasado; las misas eran en familia. Se veía una comunidad más formada, que era reflejo de la Iglesia inminente que allí comenzaba a nacer.

Era emocionante ver cómo los mayores comprendían que debían prepararse para su encuentro cara a cara con su Señor; cómo las madres dirigían la mirada de sus niños, haciéndose cargo de la responsabilidad que supone educar en la fe. Sin duda era emocionante ver a su vez en esos niños al futuro de esa Iglesia, observarlos recogidos en inocente oración, o copiando sutil y meticulosamente cada movimiento de su padrecito Miguel durante la misa. Paraíso nunca tuvo mejores monaguillos.

Aun así, a pesar de que el cerro ya tenía una pequeña familia de fe, se tocaban de nuevo todas las puertas cada tarde, y, de tanta inquietud, hogares como el de Adela abrieron la puerta a un par de misioneros. Lo que no todos sabían es que con esos dos extraños jóvenes que tenían un tono de piel curiosamente blanquecino entraba también Alguien más. Las conversaciones y el cariño diario acabarían revelando al Señor, que por fin se encontraba con ellos.

En Bella Unión los partidos de fútbol abrían la tarde; las misas de niños a las 18:30h alborotaban al pueblo entero. El primer día Lucero opinaba que comíamos una galletita, Esther decía que era un pedazo de trigo. Enseguida reconocieron el Cuerpo de Dios. Edison, de 10 años, decía alucinado: ‘Jesús nos quiere demasiado; con toda el alma. Mucho demasiado mucho divino’. Me reconoció estar muy muy muy nervioso el día que iba a recibir a Jesús por primera vez.

El hospital fue un regalo inesperado de última hora. La Palabra de Dios inundó una de las habitaciones en las que yacía recostada débilmente desde hacía cinco meses Flora; nunca había visto a nadie escuchar un salmo acariciando tan dulcemente la Biblia.

Creo que es importante, antes de terminar de resumir un mes de aventura y de abandono a ciegas, hacer una mención especial a algunos de los instrumentos que se atrevieron a ofrecer su ayuda a un grupo de locos españoles. Bendito el padre Luigi, joven y enamorado sacerdote que dedica su vida al servicio de la fe. El fiel Gustavo, taxista por excelencia, nunca visto sin el bueno de Óscar (míster pollos Willy); amistad que representa la hermandad que nos pide Cristo entre nosotros. El obispo, abriéndonos su hogar de par en par, en el que acabábamos paseando “como Juanito por su casa”. Cristina, mujer entregada y madre de un orfanato (sí, madre). ¿Qué habría sido de esta locura sin ellos? Gracias.

¡Y me parece que toca cerrar! Somos dieciséis locos, pero locos bien. Chiva, Víctor, David, Julio, Bosco, Pedrós (el bebé), Collado, Nacho, Velarde, Patxi, Luengo, Cris, Elvi, Carmen, Maripaz y Sofía. No me equivoco si digo que lo han dado todo, todos. Han regateado con los tuk-tuks de todo Camaná, han sobrevivido a tardes enteras de puerta por puerta escapándose de los perros peruanos a la carrera, han llevado a la Virgen en andas por las cuestas de Paraíso, han empujado de la convi de las carmelitas cada vez que nos dejaba tirados en la carretera, han adiestrado a un pollo, han dejado la casa de Julia impoluta, la han liado parda para conseguir partidas de bautismo y permisos paternos, han cantado hasta quedarse afónicos, han perdido la vergüenza bailando ‘la Coqueta’, han volado miles de kilómetros, han sido misioneros, y se saben afortunados.

La Misión, en definitiva, es pura oración. Se reza postrado ante el Santísimo, al comulgar en la Eucaristía y, sobre todo, se reza al amar. Cuánta fe nos falta, pero cuántos dones concede Dios cuando son necesarios. ¿Las gracias? A Dios. Y a seguir misionando. Misioneros en Camaná 2023”.

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