Un misionero desde un “oasis” en Haití

Un misionero desde un “oasis” en Haití

  • On 10 de octubre de 2023

OMPRESS-HAITÍ (10-10-23) Un misionero habla con Popoli e Missione, la revista de las Obras Misionales Pontificias de Italia, desde Haití, un país literalmente abandonado a su suerte, que no es otra que la violencia armada de bandas que hacen de la vida de las personas, un “terror cotidiano”.

El mercado más cercano a Purcine, un pueblo de montaña en el suroeste de Haití, está a cuatro horas a pie. Allí van a vender los productos de la tierra –especialmente frijoles, ya que el huracán Matthew destruyó los cafetales– a lomos de una mula. Esta zona, en el distrito de Jérémie, está al margen de la guerra de guerrillas entre bandas que está destruyendo completamente Haití. Habla de esta situación el misionero Massimo Miraglio, un religioso de San Camilo que lleva 18 años en este castigado país.

Los Cascos Azules llegarán en breve al país, tras la aprobación de la resolución 2699 de Naciones Unidas, que autoriza una misión multinacional encabezada por Kenia para “proteger” Haití. No es la primera vez que se intenta. Ya en 2004 hubo un contingente de Cascos Azules, liderado por Brasil, que no logró mucho. Pero todo el mundo abriga esperanzas porque la llegada de esta fuerza significa que la comunidad internacional no se ha olvidado de los haitianos.

“Las bandas armadas están por todas partes, pero no llegan hasta aquí. Solo ocurrió una vez, pero eran hombres que crecieron aquí en Jérémie y conocían bien la zona. Nosotros, en estas montañas de Purcine, estamos a salvo de la guerra de guerrillas porque solo las mulas logran llegar”, dice el padre Massimo a la redacción de Popoli e Missione. La conexión a internet es intermitente y varía según las franjas horarias: la comunicación con el resto del mundo es prácticamente inexistente. “En Jérémie no hay electricidad y en el pueblo no hay agua. El hospital no existe. Avanzamos en la oscuridad y bebemos y nos lavamos gracias al agua de lluvia”, añade. Pero en este oasis de belleza y precariedad, que sufrió la destrucción del brutal huracán Matthew de 2016, al menos no hay guerra. “Estamos en un pequeño pueblo de montaña y esta es nuestra suerte”.

La comunidad criolla sabe aguantar, explica el misionero, y “la gente se ha recuperado de la devastación climática, pero sus hogares son frágiles y, si un ciclón volviera a golpearnos, aquí no quedaría nadie con vida, ni siquiera yo”. Está como párroco del pueblo desde el 4 de agosto. Por primera vez desde que se fundó esta comunidad de cuatro mil almas tiene por fin un pastor permanente. Hay una fe inmensa y la fuerza de la misión puede marcar la diferencia: “La parroquia es un punto de referencia, el centro de todo: hay que pensar que aquí vivimos como entre los pioneros del lejano oeste”, donde “la vida cotidiana estaba compuesta por trabajo, religión, mercado o feria. Sin embargo, la gente es moderna y muy activa: hay un dinamismo que no te puedes imaginar”.

La Conferencia Episcopal Haitiana hacía público hace unos días un “mensaje de esperanza” para el pueblo haitiano que, a pesar de esa esperanza, denunciaba que “se libra una guerra de baja intensidad contra la población pacífica y desarmada”, un “terror cotidiano” del que nadie escapa. Purcine, el pueblo del padre Massimo.

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