Un matrimonio en la misión de Picota
- On 10 de julio de 2023
OMPRESS-PERÚ (10-07-23) La diócesis de Córdoba ha organizado este verano, como cada año, una expedición misionera a su misión diocesana en Picota, Perú, que tiene como centro la parroquia Virgen del Perpetuo Socorro de Picota, para colaborar y conocer la labor que llevan adelante los sacerdotes cordobeses Nicolás Rivero y Antonio. “Iglesia en Córdoba” ha recogido el testimonio de Rafa y Julia, un matrimonio de la parroquia de Nuestra Señora de la Esperanza de Córdoba. Como explican, el viaje tiene como trasfondo fondo la celebración de su trigésimo séptimo aniversario de boda, un tiempo muy especial porque “cruzábamos el charco y tras un largo viaje al llegar a Tarapoto nos esperaba el padre Nicolás y todos los miembros de la expedición nos subimos los dos todoterrenos que tienen para dirigirnos a Picota”. Desde el principio han podido comprobar que cuando uno se entrega a la misión no caben planes preconcebidos, “no puedes aferrarte a un plan porque siempre tienes que estar alerta para lo que el Señor quiera de ti”. Viajando a Picota, anunciaron al sacerdote Nicolás Rivero de la muerte por accidente de un niño de 12 años en un accidente de tráfico. Se dirigieron al velatorio para dar consuelo a una familia destrozada. Este chico había sido bautizado por Leopoldo Rivero durante su servicio allí como misionero. Así comenzaba un viaje que para Rafa y Julia, unidos en la misión a Leopoldo Rivero, mientras que el resto del grupo llegado de Córdoba se han puesto a disposición de Antonio Javier Reyes y el joven sacerdote Miguel Ramírez.
Para Julia, la acción diaria de acompañamiento a la comunidad cristiana resulta cada día dinámica y reconfortante, señalan en la publicación. Cada día recorren el territorio por poblados distintos, visitando casas, impartiendo bendiciones y colocando distintivos para que se reconozca a cada hogar católico. En las eucaristías diarias los misioneros comparten su testimonio, “nosotros en concreto damos testimonio de nuestros treinta y siete años de matrimonio católico”, afirma Julia alegre por el camino recorrido de la mano de Rafa. Además, dan catequesis a niños de diez y doce años y comprueban en cada encuentro el deseo que tienen de ser amigos de Jesús. Su función se amplía con los novios, cuando acompañan a Leopoldo en catequesis de novios. Rafa y Julia tienen mucho que compartir. En sus primeros contactos con la población, comprobaron que las uniones para siempre están muy devaluadas, “no tienen plena conciencia de lo que es el matrimonio y la gracia que Dios derrama sobre cada matrimonio”. Queda trabajo por hacer y reconocen que estos encuentros han sido muy enriquecedores para ellos. Después de treinta y siete años, este matrimonio católico tiene mucho que contar a una población que a veces, igual que pasa entre nosotros, está presidida por las rupturas matrimoniales. Sus explicaciones están llenas de vida y de experiencia, “hemos explicado que llevamos treinta y siete años de matrimonio y que ha sido gracias a la gracia que se ha derramado en nuestro matrimonio”, porque, según explica el esposo, “ningún matrimonio es una balsa pero gracias a la presencia del Señor en nuestra vida hemos conseguido siempre solventar cualquier incidencia. Julia no se había planteado nunca realizar este viaje y ofrecerse a la misión: “creía que la misión era para los médicos”. Mientras se preguntaba qué podrían hacer ellos surgió una respuesta rotunda y certera porque comprendió que la pregunta era errónea porque “yo no aporto aquí nada, recibo más de lo que doy”. Esta convicción redujo todas sus inquietudes y “de pronto cerré los ojos y me vi aquí, se me quitaron los miedos que tenía de volar tan lejos. El miedo se fue y ahora es como “tener el corazón siempre hinchado de gozo”. Un estado de felicidad muy constante que asombra a sus hijas cuando la ven sonreír en las fotografías que envía. Para ella lo vivida hasta ahora es un “es un sentimiento que no se puede explicar y me emociona hablar de ello”.