María MacKillop, ejemplo de celo apostólico y pasión por la evangelización
- On 28 de junio de 2023
OMPRESS-ROMA (28-06-23) El Papa Francisco ha continuado hoy, en la Audiencia General, las catequesis dedicadas al celo apostólico y la pasión por la evangelización. Tras los ejemplos de san Francisco Javier o Santa Teresa del Niño Jesús, que encarnaron este celo misionero, hoy ha hablado de una santa de Oceanía, Santa María MacKillop.
Fundadora de las Hermanas de San José del Sagrado Corazón, Santa María MacKillop (1842-1909) dedicó su vida a la educación intelectual y religiosa de los pobres de la Australia rural. “Mary MacKillop nació cerca de Melbourne de padres que emigraron a Australia desde Escocia”, explicaba el Papa hablando de la vida de esta santa de las antípodas. “Siendo niña, se sintió llamada por Dios a servirlo y testimoniarlo no solo con palabras, sino sobre todo con una vida transformada por la presencia de Dios”. De ahí que, “leyendo sabiamente los signos de los tiempos, comprendió que para ella la mejor manera de hacerlo era a través de la educación de los jóvenes, en la conciencia de que la educación católica es una forma de evangelización”. Y es que, recordó citando su exhortación apostólica Gaudete et exsultate, “cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento específico de la historia, un aspecto del Evangelio”.
Y es que “una característica esencial de su celo por el evangelio fue el cuidado de los pobres y marginados”, porque “no hay santidad si, de una forma u otra, no se cuida a los pobres, a los necesitados, a los que están un poco en los márgenes de la sociedad. Este cuidado de los pobres y marginados empujó a María a ir a donde otros no querían o no podían ir. El 19 de marzo de 1866, fiesta de San José, abrió la primera escuela en un pequeño suburbio del sur de Australia. Siguieron muchos otros que ella y sus hermanas fundaron en comunidades rurales de Australia y Nueva Zelanda. Se multiplicaron, porque el celo apostólico hace esto: multiplica las obras”.
Ella buscaba el desarrollo integral de la persona, porque la educación no consiste en llenar la cabeza de ideas: no, no es solo eso”. ¿En qué consiste la educación?, se preguntaba el Papa. Se trata de “acompañar y animar a los alumnos en el camino del crecimiento humano y espiritual, mostrándoles cuánto ensancha el corazón y hace más humana la vida la amistad con Jesús Resucitado. Educar es ayudar a pensar bien: a sentir bien -el lenguaje del corazón- y a hacer bien -el lenguaje de las manos. Esta visión es de plena actualidad hoy, cuando sentimos la necesidad de un ‘pacto educativo’ capaz de unir a las familias, a las escuelas y a toda la sociedad”.
“María tenía mucha fe en la Providencia de Dios: siempre confiaba en que en cualquier situación Dios provee. Pero esto no le ahorró las angustias y dificultades”, pero aún así señalaba el Santo Padre, ella “no se dio por vencida en tiempos de prueba y oscuridad, cuando su alegría se vio empañada por la oposición y el rechazo. Veis: todos los santos han encontrado oposición, incluso dentro de la Iglesia. Es curioso, esto. Ella también la tenía. Quedó convencida de que, aun cuando el Señor le asignó ‘el pan de la aflicción y el agua de la tribulación’ (Is 30, 20), el mismo Señor pronto respondería a su clamor y la rodearía con su gracia. Este es el secreto del celo apostólico: la relación continua con el Señor”.
Y concluía: “Que su ejemplo e intercesión sostengan el trabajo diario de padres, maestros, catequistas y de todos los educadores, por el bien de los jóvenes y por un futuro más humano y esperanzador”.