Un seminarista de Camerún: comparto las penas de mi pueblo
- On 25 de noviembre de 2022
OMPRESS-CAMERÚN (25-11-22) Las Obras Misionales Pontificias de Canadá comparten el testimonio de un seminarista camerunés, Gérald, en prácticas pastorales antes de su ordenación. Uno de los cientos de seminaristas que, en todo el mundo, apoya la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, Vocaciones Nativas, gracias a la generosidad de muchos católicos. En Canadá, la campaña de Vocaciones Nativas que se hace en España, lleva el nombre de “Sacerdotes del Mañana”, haciendo hincapié en que estos jóvenes son el relevo de los misioneros que hoy un día llevaron el Evangelio a sus tierras.
“Me llamo Gérald Fabrice Endamena. Soy un seminarista de Camerún, de la Archidiócesis de Bertoua, en el este del país. Estoy en mi décimo año de estudios. En este momento, estoy haciendo práctica pastoral antes de recibir la ordenación diaconal. Quisiera compartir con ustedes tres grandes momentos de estos diez intensos años de “sequela Christi” (seguimiento de Cristo): la llamada, el paso por el seminario y el tiempo dedicado a la labor pastoral.
¿Cómo sentí la llamada? Todo fue una combinación de circunstancias. Mi madre solo tenía 15 años cuando nací. Le costó mucho criarme sola, porque mi padre es negó y declinó toda responsabilidad parental. Según mi familia materna, la solución ideal para que yo recibiera una educación de calidad era llevarme al Seminario Menor Saint-Paul de Mbalmayo para realizar mis estudios secundarios. Allí pasé siete buenos años de mi vida, dejándome seducir cada día por una vida de oración y el ejemplo de mis formadores sacerdotes, todos muy jóvenes y felices con sus sotanas. Desde entonces, nada se detuvo: dejé las bellezas externas para ir hacia las internas, aprendiendo cada día a descubrir y conocer mejor al Señor en la intimidad, a moldearme como Él quería y según lo que Él me inspiraba.
De mi tiempo en el seminario, ¿qué puedo decir? El seminario mayor fue un momento y un lugar decisivos en mi formación. Pasé por tres: el seminario propedéutico, en Doumé; el Seminario Mayor Notre-Dame de l’Espérance, en Bertoua, para la Filosofía; y el Seminario Mayor de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de Nkolbisson, en Yaoundé para la Teología.
Desde el punto de vista intelectual, destaqué. La apuesta para mí estaba en la esfera de la formación humana y espiritual. Creo que el seminario es un momento complejo, lleno de contradicciones entre lo que queremos para nosotros y lo que otros dicen que quieren para nosotros, tanto en las relaciones entre los que forman y los que son formados, como entre nosotros los seminaristas. Como en el Evangelio, es, por así decirlo, el tiempo de las vírgenes que esperan al novio cuya hora de llegada desconocen… Debemos, pues, abastecernos de aceite y permanecer alerta. Es también, y sobre todo, el tiempo de los Apóstoles en el cenáculo. El Evangelio nos enseña que estaban, sí, en oración; pero ¿cómo estaban sus corazones antes de la venida del Espíritu Santo? ¿Asustados, inquietos, desanimados, ansiosos, impacientes y tristes? Todas estas sensaciones las experimenté en el seminario, tanto en mis momentos de oración como en otros momentos.
Mis momentos de labor pastoral: un desafío misionero En mi opinión, mis prácticas tienen tres objetivos: sumergirme en el contexto en el que viven las personas que van a ser evangelizadas; adquirir una experiencia pastoral concreta; y ganar madurez. En estos diez años, he cursado siete años completos de estudios y seminario, y tres años de labor pastoral, incluyendo la que estoy haciendo ahora. La vivo en un pueblo en el este de Camerún, llamado Yoko-Betougou.
Se trata de un lugar remoto, donde la gente está muy apegada a sus tradiciones y muy poco abierta a la evangelización. Viven de la caza, la pesca y la agricultura de subsistencia. Predico con la ayuda de un traductor y aprendo su idioma. Observo mucho, para conocerlos mejor, y reflexiono para encontrar la forma de interesarlos en la vida de la Iglesia. Además del aislamiento, las miserias de este pueblo son la falta de educación –falta de dinero y de motivación–; matrimonios y, también, embarazos precoces (las niñas tienen entre 11 y 14 años); y finalmente, la desnutrición. Comparto el peso de todas estas miserias. Sufro la misma desnutrición, porque como lo que ellos mismos comen. Y, con muchas dificultades, viajo kilómetros cada fin de semana para predicar en las diversas comunidades. Frente a esta miseria primitiva que me afecta tanto como a este pobre pueblo de Dios, creo que el amor de Cristo es una locura: la locura del sacrificio y de la entrega; la locura más hermosa que hay, porque es la sabiduría de Dios. Muchas gracias al padre Yoland Ouellet, OMI (director nacional de las Obras Misionales Pontificias de Canadá), por el acompañamiento que me hace, y a la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, por su colaboración”.