Misión y valor
- On 11 de octubre de 2017
Ángel Díaz de Rábago toda una vida de entrega y servicio al prójimo.
La conferencia del padre Andrés Díaz de Rábago, en el Instituto Teológico Compostelano, suscitó el mayor aplauso que han escuchado las paredes de este centro de estudios teológicos y eclesiásticos, de Santiago de Compostela. Tras las palabras de este misionero jesuita, de 100 años, que ha dedicado su vida entera a la misión, el aplauso de los más de 300 asistentes que abarrotaban el salón de actos fue una ovación, no sólo a su intervención sino a su entrega al Evangelio.
Su conferencia es uno de los actos de El DOMUND al descubierto que, durante este mes de octubre, está acercando la realidad y el mundo de las misiones a la sociedad gallega. El padre Andrés, tras ser presentado por el director del Instituto Teológico Compostelano, Segundo Leonardo Pérez, fue abriendo su corazón y dio título a la conferencia-testimonio que iba a pronunciar: “Reflexiones de un misionero”.
Habló del nacimiento de su vocación misionera. Desde muy pequeño ya se preguntaba: “¿Qué quiere Dios de mí? Incluso llegaba a preguntarme si mi vida no era ser misionero en China”. Por eso, apostillaba, hay que empezar a hablar de la misión a los más pequeños, sin miedo a lo que Dios pueda sugerir o pedir”.
“Estoy en China y Extremo Oriente desde 1947 y fue porque creí que Jesucristo Nuestro Señor me llamaba a trabajar allí, así que propuse a mis superiores que me mandasen a la misión que mi provincia jesuítica tenía en China continental. Es decir, que yo propuse y los superiores me mandaron y todos los cambios de esta mi vocación en China fueron todos por la Providencia de Dios. No fui yo el que decidió quedarse o ir a un sitio o a otro, fue Jesucristo que me fue llevando”.
“Cuando salí para China, en una expedición de varios misioneros”, recordaba, “el padre de uno de ellos nos dijo a todos que sentía una satisfacción sin alegría”. La satisfacción era por entregar su hijo a Dios, pero no estaba alegre porque los padres de aquellos misioneros no sabían si los volverían a ver”. Fue la primera expedición de misioneros que salía de España en avión. Hasta aquel vuelo, la partida hacia las misiones siempre tenía lugar en un puerto e iba siempre ligada a días y semanas en barco.
En su etapa en Pekín, el padre Andrés vivió los tiempos convulsos tras la Segunda Guerra Mundial y la implantación del régimen comunista. Fueron momentos satisfactorios también, a pesar de la preocupación. “En Pekín descubrí que todos los seres humanos, ante situaciones de desgracia y de dolor, reaccionamos de la misma manera. Que todos somos hermanos mucho más de lo que parece”. En los momentos de catástrofe Dios no desaparece, señaló. Sólo se oculta porque después vendrá abiertamente a nuestras vidas. “Hay que saber esperar”, decía, “porque el tiempo nos hará ver los planes de Dios. Si Mao Tse-Tung no nos hubiera expulsado a todos los misioneros extranjeros de China, quizá yo no estaría aquí”.
Explicó que los años vividos bajo el régimen comunista no fueron fáciles. El momento más duro fue tener que salir de China. Entonces estaba a punto de ordenarse sacerdotes y para sus compañeros, “tanto chinos como no chinos, una bomba atómica no sería peor. Éramos 19, 11 chinos y 8 extranjeros. Cuatro españoles, dos franceses, un argentino y un húngaro”. Se pudieron ordenar juntos y aquella fue la última ordenación sacerdotal de extranjeros en toda la China continental. Era el 16 de abril de 1952. “Ha habido varias ordenaciones de sacerdotes en China y continúa habiendo, pero sólo de chinos. De aquella ordenación, soy el único superviviente”, añadió.
“Fui a Filipinas, donde descubrí lo mucho que han dejado los misioneros españoles en este país. Ellos anunciaban el Evangelio utilizando la lengua y la cultura del pueblo. Las autoridades les criticaban porque no les enseñaban la lengua oficial. Sin embargo, la inserción de los misioneros en Filipinas fue hacerse como los nativos conociendo su propia cultura y su propia lengua”. Años después, fue enviado a Timor Este. En aquella misión para él fue una referencia “allí aprendí a amar el país donde se vive y amar a la gente de ese país”.
Al final y refiriéndose a la jornada del DOMUND del próximo 22 de octubre, pidió a los presentes que no se contentaran con una limosna, por muy generosa que fuera. Que pensaran qué pueden dar de ser sí mismos a la misión y a los demás.
Andrés Díaz de Rábago pronto volverá a Taiwán, donde ha estado estos últimos años, y donde ha hecho compatible la enseñanza universitaria con el servicio a los enfermos como médico.