Una carretera, una fiesta y una túnica blanca

  • On 8 de febrero de 2022

OMPRESS-ETIOPÍA (8-02-22) Desde Etiopía escribe Paul Schneider Esteban, sacerdote misionero de la diócesis de Getafe. Llegó a este país africano en 2017. Su misión transcurre en el Valle de Lagarba, una zona montañosa de difícil acceso.

“Espero que estéis bien, os deseo lo mejor para esta vida, y los premios inmarcesibles para la futura. Os anuncio que hemos finalizado el gran proyecto de la carretera de 8 kilómetros que conecta nuestra misión con Kirara y con la escuela de Odaa Jaro. Todavía nos parece un sueño. Todo nos ha salido rodado: los permisos, el estudio, el trazado, el contrato, el apoyo del pueblo, los operarios y los ingenieros, la ejecución, los plazos, la calidad final, y la inauguración, que fue ayer domingo. Nuestra alegría, mía y de toda la comunidad, es exultante. Me es difícil explicaros hasta qué punto ayer en la inauguración el pueblo y las autoridades me colmaron de honores y obsequios de gratitud, hasta me invistieron de dignidad con la túnica blanca de los ancianos Oromo, una distinción que rara vez conceden a un extranjero. Vinieron autoridades civiles de Asebe Teferi, Dire Dawa, Bedessa, y hasta la televisión local. Estaban todos los sacerdotes e imanes de la zona, y una multitud de hombres, mujeres y chiquillos. Ayer fue una gran fiesta, y la unidad y el gozo se sentían en el aire. Se preparó comida para todos, y todos comieron y cantaron vítores.

No han faltado desafíos e imprevistos en esta obra, pero eso hace que el fruto del tesón sea más apreciado. El haber asumido grandes riesgos en la planificación y construcción de esta carretera es ahora, para mí, motivo de mayor orgullo. Os aseguro que trabajar en África y, en mi caso, por el Reino de los Cielos, es una escuela de fatiga y superación, de sufrimiento y alegría intensas. Para vosotros, queridos amigos, no encuentro palabras que expresen adecuadamente el agradecimiento que sentimos. Por vuestra colaboración, por vuestra generosidad, vuestras donaciones. Los que viven ahora y lo han presenciado se deshacen en muestras de gratitud y asombro, y a las generaciones venideras les parecerá algo único e irrepetible. Hemos hecho historia.

Habréis oído el proverbio, ‘dale un pez a un hombre, y comerá hoy; dale una caña y enséñale a pescar, y comerá el resto de su vida’. Pues bien, algo así hemos hecho: en esta ocasión no hemos dado remedio a necesidades puntuales. Lo que hemos hecho ha sido abrir una vía de comunicación terrestre para el transporte de personas y mercancías. Para que puedan venir profesores y misioneros, profesionales, colaboradores, jóvenes, sanitarios, invitados de todo tipo. Para que la policía pueda llegar enseguida cuando no se respeta el derecho, la propiedad, el honor de las personas. Para que pueda entrar la ambulancia a toda prisa cuando hay un accidente, una emergencia o una mujer va a dar a luz. Para el comercio, para que se puedan acometer en el futuro obras de saneamiento, pozos, tendido eléctrico. Para que mejore la escuela de primaria que hay en Odaa Jaro, tanto materialmente como en personal docente. Para que se pueda construir una pequeña clínica rural, de atención primaria, en la misma Odaa Jaro (es una ambición secreta que estoy madurando).

El paso siguiente va a ser el puente. Un puente de viga, como los que hacen aquí, grande y fuerte, de hormigón, de 20 metros de longitud, para vadear el río que da nombre a todo el valle, el río Laga Arba. Este río es pequeño y tranquilo la mayor parte del año, pero cuando hay crecida es un torrente de aguas bravas, que se lleva todo por delante: piedras, árboles, ganado, lo que sea. Por eso el puente es esencial para que esta carretera sea completa, y no se interrumpa su uso en la estación lluviosa, de junio a septiembre. Para hacer este puente, sobra decirlo, contaré con vuestras oraciones, difusión y apoyo generoso. La localización exacta donde queremos construirlo (el punto del río por donde pasa nuestra nueva carretera) es esta: https://maps.app.goo.gl/3QepiFrcLeB8rSVZ9.

Aparte de estas obras grandes, que son como hitos o jalones en mi vida de misionero, lo que de verdad nutre mi alma son los gestos de caridad de cada día. La caridad es algo de otro mundo, se da gratis, porque no se puede pagar, porque vale más que todo. La caridad es ir adonde tienes que ir y estar donde tienes que estar y, en ocasiones, atreverte a cosas nuevas. Estoy feliz por la Voluntad de Dios en todo, por su Providencia, por la vida que me ha regalado, por la misión, las amistades, los contactos, las experiencias. Por ser padre de una comunidad y por tener el deber de orar por ellos. Como decía un viejo misionero español en los Andes del Perú, mi misión es repartir “las tres Pes”: su Pan, su Palabra y su Perdón. Eso es lo que llena la vida, más allá de cualquier obra de construcción. Ser ministro de Dios, dispensador de los bienes definitivos. Con todas las dificultades que trae la vida, jamás me he arrepentido de ser Suyo, y de dedicar todas mis energías a Su causa.

Ahora quiero deciros algo del clero de este vicariato apostólico, de esta tierra de misión que es Harar. La Iglesia siempre pide por las vocaciones nativas, por los catequistas nativos, pues son clave para que la vida cristiana se arraigue y se exprese conforme a la cultura de cada lugar, y el cuidado pastoral tenga una continuidad en el tiempo. En nuestro vicariato hay veinticinco sacerdotes etíopes, dieciséis de ellos son diocesanos, como yo, y nueve son franciscanos capuchinos. Todos ellos necesitan oraciones, vuestro apoyo espiritual, pues siguen siendo, ellos y los fieles, una iglesia minoritaria, a pesar de los 150 años de historia que tiene el Vicariato de Harar. Yo he recibido mucho de ellos en estos años, me han acogido muy bien. Son hombres que quieren vivir en plenitud su sacerdocio, que quieren ser auténticos servidores del pueblo, que reconocen el valor del sacrificio. Mis colaboradores más cercanos son Abba Gino Petros, Abba Tsaga Tadesse, y Abba Teklebirhan, por nombrar a algunos de ellos. Viven entre Asebe Teferi, Karramile y Chelenko, y no pasan dos meses sin que nos reunamos para compartir experiencias y rezar juntos. También está con nosotros, desde hace un par de años, el P. Ramón Díaz-Guardamino, de la diócesis de Bilbao. El obispo lo ha destinado a la parroquia de Jijiga, que pertenece a la región somalí, en la otra punta del Vicariato, por lo que no nos vemos tanto como quisiéramos. Él está más cerca que yo de las ciudades de Harar y Dire Dawa, allí hay otros sacerdotes. Este año estamos trabajando los documentos del Sínodo que el Papa ha convocado.

Jesús dice, ‘La mies es abundante y los trabajadores pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies’ (Mt 9, 37). Siempre harán falta misioneros, evangelizadores, pastores del pueblo, padres en la fe, guías ungidos de Espíritu Santo. Os pido que intensifiquéis vuestras oraciones por todos los que se entregan con corazón generoso a la evangelización, ya sea en su propia tierra o fuera de ella. Es la ‘Iglesia en salida’ que quiere el Papa, como salieron los Doce, desde Jerusalén hasta los confines de la tierra. Ojalá mucha más gente escuche la voz de Dios, que nos propone dejarlo todo y seguirle. Solo así nos convertimos en alivio para la humanidad que sufre. Solo así descubrimos la alegría del Evangelio, resistiendo la diaria tentación de encerrarnos en nosotros mismos. Solo así llegamos hasta el final y llegamos a descubrir de veras quién es Cristo. Ya sabéis que me acuerdo de vosotros cada mañana cuando ofrezco el Sacrificio en el altar, encomendadme también vosotros”.

 

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