“No puedo resignarme a la pobreza. Me duele”

“No puedo resignarme a la pobreza. Me duele”

  • On 24 de enero de 2022

OMPRESS-PERÚ (24-01-22) El agustino recoleto Mons. Miguel Ángel Cadenas, vicario apostólico de Iquitos, en la Amazonia peruana lleva desde 2016 acompañando en sus reivindicaciones a dos comunidades que carecen de agua potable e instalaciones de saneamiento. Su objetivo, que antes del 22 de marzo, día mundial del agua, la situación se solucione.

En 2016, los asentamientos de Iván Vásquez Valera y 21 de setiembre, en Punchana, uno de los distritos urbanos de la misma ciudad de Iquitos, interpusieron una demanda constitucional para lograr el “derecho a gozar de un medio ambiente sano, adecuado y equilibrado, y el derecho al acceso al agua potable”, asesorados y respaldados por la Iglesia de Iquitos y los misioneros agustinos recoletos, a quienes está confiado el vicariato de Iquitos. Los habitantes de esta zona viven en medio de desagües y aguas residuales, y la mayor parte del tiempo el hedor es insoportable.

En un comunicado, Mons. Cadenas explicaba que “la falta de agua potable en las casas acarrea enfermedades de la piel, diarrea, vómito, problemas digestivos […] Se merecen un futuro mejor. Sobre todo teniendo en cuenta que muchos moradores han venido a la ciudad buscando mejores condiciones de vida para sus hijos: fundamentalmente salud y educación”. Y añadía que se trata de generar un “círculo virtuoso”, porque al mejorar “la calidad de vida de los ciudadanos, aumenta la autoestima, se forja confianza y ayudamos a que los niños tengan mayores oportunidades en la vida”. Precisamente en medio de una pandemia, “lavarse las manos con frecuencia no debiera ser un lujo reservado a unos privilegiados”.

“No es un problema económico”, añadía, “pero económicamente se pierde mucho dinero en tratamientos, bajas médicas y muertes tempranas. Además del dolor y sufrimiento que acarrean, las consecuencias son pavorosas: muerte y exclusión social. Siendo una zona de alta tasa de natalidad, estamos imponiendo trabas muy pesadas a los niños. Se merecen un futuro mejor”.

“No puedo resignarme a la pobreza”, confesaba este obispo misionero. “Me duele. Reconozco que acompañar a estas personas ha sido una fuente de satisfacción para mí. A pesar de tener tantas situaciones en contra, todos los días se levantan y realizan los trabajos peor remunerados. Con gran esfuerzo personal mantienen la alegría de vivir. No tenemos derecho a robarles la esperanza”.

 

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