El doctor Jekyll y Mr. Hyde, los leprosos y un santo
- On 15 de abril de 2021
OMPRESS-HAWÁI (15-04-21) Hoy, hace 132 años, fallecía San Damián de Molokái, el misionero que dedicó su vida a los leprosos hasta morir como muchos de ellos, de lepra. Robert Louis Stevenson, el autor de “El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde”, escribió una carta abierta defendiéndolo ante el mundo y presentando una de las mejores alabanzas de este santo.
El padre Damián había nacido en Bélgica en 1840. Tras entrar en la Congregación de los Sagrados Corazones, fue enviado en 1864 a las Islas Hawái, donde fue ordenado sacerdote. En aquellos días, para frenar la propagación de la lepra, el gobierno hawaiano decidió la deportación a Molokái – una isla del archipiélago – de todos los enfermos de aquel entonces mal incurable. El padre Damián pidió ir a Molokái, que se convertiría en su último destino misionero. 10 años de ser pastor, médico de almas y de cuerpos, dieron como resultado que contrajera la misma lepra, que en cuatro años acabaría con su vida, en 1889.
El testimonio de su vida conmovió al mundo de aquel final del siglo XIX, pero una carta de un pastor protestante de Hawái, el doctor Hyde, quiso poner en duda la fama, los motivos y la labor del misionero belga. La carta la escribió el pastor al enterarse de que en Londres se estaba formando un comité, presidido por el Príncipe de Gales, para perpetuar el nombre del padre Damián. Las respuestas a las difamaciones vinieron de todas partes. Una de las más famosas fue la carta abierta de Robert Louis Stevenson, protestante como él y que sí había pasado una semana en Molokái, que indignado desmontó una a una las difamaciones. Esta carta abierta se publicó en la mayoría de los grandes periódicos de su época. Stevenson ya era un conocido escritor, autor de muchas novelas. Las dos que más fama le han dado hasta nuestros días fueron, por supuesto, “La isla del tesoro”, y “El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde”, en la que incorporó el nombre de Hyde, al reverso del doctor Jekyll.
Stevenson recuerda cuando llegó a Molokái, ya fallecido el padre Damián: “Cuando me llevaron a tierra una mañana temprano, estaban sentadas conmigo en el bote dos hermanas, despidiéndose (en humilde imitación de Damián) de las luces y alegrías de la vida humana. Una de ellos lloró en silencio; No pude evitar unirme a ella”.
“Si hubieras estado allí”, le decía Stevenson al Dr. Hyde, “creo que la naturaleza habría triunfado incluso en ti; y cuando el barco se acercase un poco más, y hubieras contemplado las escaleras llenas de abominables deformaciones de nuestra común humanidad, y te hubieras visto tomando tierra en medio de una población que sólo nos rodea en el horror de una pesadilla…”. Y cuenta su visita al hospital, y la visión de seres humanos tendidos en las camas, “casi irreconocibles, pero aún respirando, aún pensando, aún recordando”. Cualquiera habría sentido que aquel era “un lugar lamentable para visitar y un infierno para vivir”.
Y proseguía con lo que sintió: “No es el miedo a una posible infección. Eso parece pequeña cosa si se compara con el dolor, la lástima y el disgusto del entorno del visitante, y la atmósfera de aflicción, enfermedad y desgracia física que se respira. No creo ser un hombre más apocado de lo habitual; pero nunca recuerdo los días y las noches que pasé en ese promontorio de la isla (ocho días y siete noches), sin el más sincero agradecimiento de estar en otro lugar”.
“Y observé: lo que vi y lo que me afectaba era un asentamiento limpiado, mejorado, embellecido; la nueva aldea construida, el hospital y la Casa del Obispo, excelentemente arreglados; las hermanas, el médico y los misioneros, todos infatigables en sus nobles tareas. Un lugar muy diferente de cuando Damián llegó allí e hizo su gran renuncia, y durmió esa primera noche bajo un árbol en medio de sus hermanos podridos: solo con la pestilencia; y mirando hacia adelante (con qué coraje, con qué lamentables sentimientos de pavor, sólo Dios lo sabe) a toda una vida de curar llagas y muñones”.
“El hombre que trató de hacer lo que hizo Damián, es mi padre”, termina la carta, “y el padre de todos los que aman el bien; y también era tu padre, si Dios te hubiera dado la gracia de verlo, Mr. Hyde”.