La hermana Agnes y los niños de Ulán Bator

  • On 19 de enero de 2021

OMPRESS-MONGOLIA (19-01-21) Sor Agnes Gangmei, misionera en Mongolia desde 2012, vive en las afueras de Ulán Bator, la ciudad en la que habita casi la mitad de la población de este país, tres veces el tamaño de España y donde los católicos son una exigua minoría. La revista de las Obras Misionales Pontificias en Italia, Popoli e Missione, ha entrevistado a esta misionera, nacida en la India, de la congregación de las Hijas de María Auxiliadora.

La hermana Agnes vive en Orbit, en las afueras de Ulán Bator, con alrededor de un millón y medio de habitantes, de una población de 3,2 millones personas esparcidas por el resto del inmenso país. Son territorios enormes y despoblados, donde la tundra de la meseta asiática se alterna con el desierto del Gobi y los bosques de las montañas del norte y el este. Con esta separación geográfica y solo dos habitantes por kilómetro cuadrado, las cifras de propagación de covid en los últimos meses han seguido siendo muy bajas, con poco más de 1.400 afectados y dos muertes, según estimaciones oficiales. Se debe también al confinamiento, que empezó antes que en el resto del mundo, -son vecinos de China – y ya ni siquiera celebraron el año nuevo chino en febrero de 2020 para evitar los contagios.

“Este año, debido a la pandemia de covid-19, tenemos menos niños de lo habitual en la escuela Casa Don Bosco”, explica la hermana Agnes, que ha estado viviendo con otras tres misioneras, dos de Corea del Sur y una de Japón, en los últimos seis años. Tienen 100 niños en la guardería, unos 70 para las clases de primaria y 25 para después de la escuela. Llevan ropa de civil de acuerdo con la ley que prohíbe a las instituciones religiosas administrar las instalaciones educativas estatales. Mongolia, un país de mayoría budista, es una tierra fronteriza donde “los misioneros no tenemos libertad para enseñar o hablar de religión excepto dentro de los muros de la iglesia. En la escuela debemos limitarnos simplemente a transmitir valores humanos que para nosotros tienen una raíz cristiana”, dice la hermana Agnes a Popoli e Missione.

Mongolia es una nación donde los cambios rápidos se superponen con las tradiciones y la pobreza. Los católicos son unos 1.300, una Iglesia joven en un país con un pasado milenario. “A pesar de todos los esfuerzos realizados como misioneros comprometidos con la escuela, tenemos restricciones sobre el uso del hábito religioso”. Así que reconoce que solo puede predicar con su vida, “con la forma en que interactúo con mi comunidad, con los niños y con la gente. Doy testimonio del Evangelio haciendo mi trabajo, sin perder nunca la esperanza, la alegría. Solo estoy aquí para preparar la tierra y sembrar”.

Aunque las actividades no se desarrollan a pleno rendimiento por el riesgo de contagio, no faltan alumnos para los cursos de inglés, pero sobre todo para oratoria. El colegio abrió sus puertas cuando el prefecto apostólico del país, al que llegaron los primeros misioneros hace tan solo 29 años, monseñor Wenceslao Padilla, llamó a las hermanas salesianas a realizar este servicio en las afueras de la capital. La hermana Agnes dice que, “en los suburbios de Ulán Bator y en el campo cercano, la vivienda se construye ilegalmente y, a menudo, hay falta de agua potable y un saneamiento adecuado. Quienes viven en gher tradicionales, carpas nómadas hechas de madera y tela, están expuestos al uso de estufas de carbón para cocinar con riesgo de enfermedades respiratorias agudas, mientras que la falta de variedad de alimentos genera desnutrición y problemas de crecimiento en los niños, ya que aquí comen principalmente carne y productos lácteos”. El trabajo de los misioneros se extiende a las familias porque, continúa sor Agnes, “muchos niños viven en situaciones difíciles, de pobreza, crecen con un solo padre o más a menudo con los abuelos. Algunos ni siquiera saben quién es su padre o su madre”.

La vida y el desarrollo están condicionados por las distancias y las temperaturas particularmente frías que de noviembre a mayo alcanzan los 40 grados bajo cero. Por eso en algunos territorios es prácticamente imposible sobrevivir y en los últimos años muchos nómadas han abandonado el campo. Sin embargo, el pastoreo sigue siendo una de las principales actividades de este país asiático, mientras que el sector industrial está vinculado a la extracción de minerales (cobre, molibdeno, oro, estaño, tungsteno…). Hay una gran diferencia entre Ulán Bator y el resto del país. La tecnología llegó a la capital en poco tiempo y cambió la sociedad, y los móviles y el uso de internet se extendieron con rapidez. “Hoy todo está en rápida transformación – concluye Sor Agnes -; el país ha cambiado mucho, habrá que ver qué referentes humanos y de valores acompañarán a Mongolia hacia el futuro”.

 

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