Santa Teresa de Calcuta: “Si hubiera pobres en la Luna, iría allí”
- On 5 de septiembre de 2024
A mediados del siglo pasado, los pobres de la India comenzaron a ver caminar rápidamente por las calles de Calcuta a una misionera vestida con sari, el vestido de las mujeres indias. Era bajita, con el rostro arrugado, y nunca se olvidaba de sonreír. Tenía el aspecto de una abuelita entrañable. Sin embargo, a sus 90 años seguía levantándose a las 5 de la mañana para ir a servir a sus queridos pobres. Era ella, Santa Teresa de Calcuta.
A los 18 años, Gonxhe Agnes tenía claro que quería ser misionera. Salió de su tierra, Skopje, para irse con unas monjas que trabajaban en las misiones en la India. Al hacerse religiosa, Agnes se puso el nombre de “Teresa”, porque santa Teresita, la Patrona de las Misiones, era una de las santas que más le gustaban. Todos comenzaron a llamarla “Madre Teresa”. Durante veinte años fue maestra en una escuela de niñas en Calcuta y sus alumnas la querían mucho. Hasta que un día, en 1946, cuando viajaba en tren hacia una ciudad al pie del Himalaya, pasó algo extraordinario…
A los pies de esa famosa cordillera cuyas cumbres desean conquistar montañeros de todo el mundo, el Señor le iba a pedir a ella que conquistara una meta aún más alta. En aquel viaje en tren, Dios habló a su corazón y le dijo que se entregara a “los más pobres entre los pobres”. Jesús quería que ella fuera su “cómplice” para amar a los que nadie quiere. Aquella propuesta fue como un terremoto interior. Significaba que tendría que dejar a las niñas de la escuela y a sus antiguas compañeras monjas. Pero Madre Teresa sabía que a Jesús no podía decirle que no y en su corazón respondió: Aquí estoy Señor, envíame…
La primera vez que Madre Teresa visitó los barrios más miserables de Calcuta, se levantó muy pronto, fue a misa y salió decidida con el rosario en la mano. Las calles estaban llenas de niños que estaban sucios y jugaban solos; enfermos que apenas tenían fuerza para levantar la mano y pedir una limosna; ancianos a punto de morir, tirados sin que nadie les hiciera caso…
Nada de esto la asustó, al contrario, supo que no se había equivocado, que su sitio estaba entre los pobres, dando amor a esas personas a las que nadie parecía ver.
A partir de aquel momento, recorrió incansablemente las calles más miserables de Calcuta… Meses después, varias exalumnas de su antigua escuela, entusiasmadas por lo que Madre Teresa estaba haciendo, se unieron a ella y así nació la congregación de las Misioneras de la Caridad. Lo primero que hicieron fue una escuela para niños necesitados y un hogar para que los enfermos pobres que estaban a punto de morir tuvieran a un amigo cerca en el último momento de su vida.
No se trataba solo de hacer algo por los pobres, sino de ser uno de ellos. Como Jesús, Madre Teresa eligió ser pobre. Por eso, las Misioneras de la Caridad tienen muy pocas cosas: solo dos “saris” de algodón, un par de sandalias y… una pastilla de jabón. Ni siquiera tienen una habitación propia; así que, cuando quieren estar a solas para hablar con el Señor en privado, entran en su corazón, que para ellas es la habitación más bonita y grande del mundo.
A Madre Teresa le dieron muchos premios por todo lo que hacía (¡hasta el Nobel!), y dio discursos delante de grandes personalidades. El mundo entero la conoció. Sin embargo, para ella, el único premio que valía eran los pobres, porque gracias a ellos pudo estar más cerca de Jesús. Un día dijo que “si hubiera pobres en la Luna, iría allí”. Y en otra ocasión, soñó que san Pedro no la dejaba entrar en el cielo, porque allí no había “barrios miserables”. Enfadada, ella le decía que esperara, que se lo iba a llenar de pobres. ¡Ahora, millones de ellos no dejan de reírse junto a Madre Teresa en el cielo!
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