El Padre Arrupe, el misionero que “vivió la bomba atómica”
- On 4 de febrero de 2019
OMPRESS-ROMA (4-02-19) Mañana tendrá lugar en Roma la apertura del proceso de beatificación del padre Pedro Arrupe (1907-1991), el que fuera 28º Superior General de la Compañía de Jesús y durante muchos años misionero en Japón. La sesión, en el Aula della Conciliazione, en el Palacio Apostólico de Letrán, estará presidida por el cardenal Angelo de Donatis, Vicario General de la Diócesis de Roma.
El P. Pascual Cebollada, postulador de la causa del P. Arrupe, ha invitado a todas las comunidades jesuitas a celebrar la Eucaristía ese día dando gracias por la vida del antiguo Superior General, en el 28º aniversario de su muerte. Así, toda la Compañía de Jesús estará unida por la oración en el momento de la apertura oficial del proceso de su causa de beatificación.
Nacido en Bilbao, en 1907, estudiante brillante de medicina, Pedro Arrupe ingresó en 1927 en el noviciado de los jesuitas en Loyola. En 1932, el gobierno de la República Española firma el decreto de disolución de la Compañía de Jesús en España. El futuro padre general partía al destierro con sus compañeros y profesores, para continuar sus estudios en Marneffe, Bélgica, y Valkenburg, Holanda. En 1936 recibe la ordenación y se traslada a los Estados Unidos para completar sus estudios de Teología en Kansas. La solicitud que tanto había hecho a sus superiores de ir a la misión de Japón recibe respuesta y, en 1938, el Padre General le destina a este país asiático.
En 1940 es destinado a la parroquia de Yamaguchi, tan llena de recuerdos de San Francisco Javier. En 1941, al día siguiente del estallido de la II Guerra Mundial, Arrupe es detenido e interrogado como sospechoso de espionaje. Antes de ser puesto en libertad, pasaría un mes en una celda de dos por dos metros. En 1942 es nombrado maestro de novicios y vicerrector de la casa del noviciado, que se encuentra en Nagatsuka, una colina a las afueras de Hiroshima. Allí, el 6 de agosto de 1945, a las ocho de la mañana, Arrupe es testigo de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima, experiencia terrible que sin duda marcó profundamente su vida. Inmediatamente convierte el noviciado en un hospital de emergencia, aprovechando sus conocimientos médicos. Cerca de 200 personas son atendidas por una comunidad que apenas cuenta con medios para ello. Más tarde, Arrupe escribiría un libro sobre esta experiencia: “Yo viví la bomba atómica”.
En 1954 es nombrado viceprovincial del Japón y en 1958, cuando Japón se convierte en nueva provincia de la Compañía de Jesús, será su primer padre provincial, hasta 1965. Ese año fue elegido 28º sucesor de San Ignacio de Loyola. Como general viajó por los cinco continentes, promovió la fe y la justicia, impulsó el diálogo con los no creyentes y creó el Servicio Jesuita a Refugiados. Este último servicio, creado en 1980, fue uno de los últimos legados de Arrupe como general, ante la visión de la necesidad de millones de personas arrancadas de sus hogares y el reto que suponía este apostolado.
Con un corazón profundamente misionero, a los jesuitas que partían a países de misión, les decía “Deje en su tierra, al pasar la aduana, el bagaje de muchos de sus gustos, de su mentalidad, de sus aficiones; lleve consigo un amor grande a Cristo, y esto en abundancia, pues el resto no lo va a necesitar, le va a pesar mucho”.