De Nueva York a Sudán del Sur, el “pegamento espiritual” de un sacerdote misionero
- On 6 de noviembre de 2018
OMPRESS-SUDÁN DEL SUR (6-11-18) AMECEA News publica el testimonio del misionero Michael Bossano, un misionero estadounidense, que dejó su ciudad natal Nueva York, para partir hacia Malakal, en Sudán del Sur, el país más joven de la tierra y quizá el que más dificultades afronta.
Este sacerdote, de 70 años, ha encontrado su lugar en esta población sursudanesa de Malakal, muy lejos de las comodidades de su ciudad natal, Nueva York. Desarrollaba su vida sacerdotal en la Gran Manzana, pero “cuando escuchaba a los misioneros irse al extranjero y dar sus vidas al servicio de los demás, pensaba que eso era lo que yo quería hacer”.
Ahora pasa sus días en medio del pueblo que se le ha confiado: miles y miles de personas desplazadas que están en Malakal, bajo la protección de las Naciones Unidas. Cada noche vuelve a su hogar, una tienda que comparte con otras siete personas, en un centro que alberga a cientos de trabajadores humanitarios, que prestan servicios a los necesitados.
El padre Michael, antes de llegar a Sudán del Sur, tuvo un viaje misionero más amplio, que le llevó a Chile y a Tailandia, antes de poner el pie en África oriental. En Tanzania, el padre Michael trabajó en un refugio para personas sin hogar. Allí se unió a una organización llamada Solidaridad con Sudán del Sur, un grupo de organizaciones religiosas católicas que han estado trabajando unidas en el país. Cuando llegó una solicitud buscando voluntarios para el recién nacido país de Sudán del Sur, atendió llamada.
Cuenta a AMECEA News que llegó a Malakal en octubre de 2013: “En ese momento había alrededor de 300.000 personas aquí, y era una ciudad vibrante con personas que iban a todos lados a sus propios asuntos”. Todo eso cambiaría en cuestión de meses. En la Navidad de 2013 estallaron fuertes en Malakal, la segunda ciudad más grande del país. Se vio atrapado en medio de los combates. Cuenta como él y tres hermanas se escondieron en el baño durante dos semanas, rezando, antes de ser evacuados. Durante días los morteros y las balas golpeaban sin cesar su humilde hogar. “Esa fue probablemente la primera vez que pensé que podríamos morir aquí”, cuenta.
Y sin embargo, todavía sigue allí. Ha permanecido a pesar de los enfrentamientos que se sucedieron en 2014, 2015 y 2016, y se ha convertido en una cara familiar en el lugar. Los actores de ayuda humanitaria confían en él como embajador de paz y una especie de “pegamento espiritual”, porque el misionero tiene la rara habilidad de llegar a las personas más allá de las religiones.
“Hay tanta vida en medio de las personas que no tienen nada. Estaré aquí hasta que puedan volver a casa”.