Un misionero a orillas del río Níger

Un misionero a orillas del río Níger

  • On 29 de octubre de 2020

OMPRESS-NÍGER (29-10-20) El misionero aragonés Rafael Marco escribe desde las orillas del río Níger, el gran río de los songhai. Pertenece a la Sociedad de Misiones Africanas, a la que también pertenece el misionero Pierluigi Maccalli, liberado recientemente tras dos años de secuestro. El padre Marco cuenta uno de sus últimos viajes por diversas comunidades, desde Gaya, una ciudad de la zona más al sur de Níger, a orillas del río, entre las fronteras de Benín y Nigeria:

“La Luna se reflejaba sobre la superficie del río Níger que me ha venido acompañando fielmente estos últimos años. Parecía inmenso y no lograba distinguir sus orillas que se perdían en la oscuridad desde el puente entre Benín y Níger que atravesábamos. Hablaban de grandes inundaciones más arriba, hacia Niamey, pero aquí se mostraba solemne, magnífico. Dejábamos Benín después de diez días de viaje intensos entre papeleos, controles del corona virus, encuentro con los compañeros y visita de varios centros de invidentes para tomar nota de lo que podríamos hacer en la misión de Gaya, con la ayuda de Dios, claro, y la vuestra también.

Me impresionaron estos centros, por los niños, desde luego, que se esforzaban con el método de escritura Braille y su deseo de alcanzar una vida social digna y respetada, pero quizá más aún por sus monitores y profesores, algunos de ellos invidentes, orgullosos de enseñarnos sus técnicas y logros. Recuerdo a la hermana Felicité, ciega y directora del centro de Djanglanmey que nos enseñaba orgullosa los talleres donde trabajan los niños y adolescentes haciendo sillas, esteras, collares… y nos decía presentándonos a una niña que acababa de llegar de vacaciones: ‘Es Rosalie, la primera de su clase en el colegio y como ella hay varias’. Me fascinaba su alegría, su naturalidad con un rostro radiante al mostrarnos los avances de sus niños que venían de muy lejos, pero que de muy lejos: ‘Yo fui la primera niña de mi generación que fue a la escuela y me empeñé en hacer estudios secundarios, nos comenta la hermana Felicité’.

En nuestra casa provincial de Cotonou me encontré con un grupo de jóvenes SMA, unos recién ordenados sacerdotes y otros, todavía más jóvenes, dispuestos a hacer un año de pastoral antes de emprender los estudios de Teología, todos esperando un nombramiento: en Nigeria, Gana, Costa de Marfil… y por esos mundos de Dios, tan majos, tan dispuestos y preparados para comerse el universo entero. Al verlos me asaltaba la nostalgia y el recuerdo de mi primer viaje a Benín ahora hace exactamente 50 años y un mes. ‘¿Por qué no os venís a Gaya, en Níger? Iremos donde nos manden. Eso está bien, sí señor. Que Dios os acompañe y quiera que nos volvamos a encontrar en algún lugar de África’.

Después de estos trances emprendimos el viaje hacia Gaya atravesando todo el Benín de un extremo a otro dos hermanas, humildes servidoras de los pobres, pero cargadas hasta los topes de todos los recuerdos de su infancia para llevárselos al Níger con su cintas y abalorios y yo con la maquinica de andar. ‘Pero hermanas…’. No hubo nada que hacer y mis argumentos se quedaron en el aire, tímidos e inconsistentes, así es que seguimos adelante con el coche cargado hasta los ejes atravesando el país Fon donde había aprendido la lengua y mis primeras lecciones africanas, después el país Yoruba seguido del reino Baribá donde pude contemplar el nacimiento de una Iglesia en sus pequeñas comunidades que iban surgiendo llenas de ilusión y alegría hasta llegar al país Dendi, a orillas del gran rio donde empezaba mi reino.

Nos ayudó a cruzar la frontera un policía beninés cuando la noche había caído hacía ya un rato y la pandemia nos quería cerrar el paso. Llegamos a la otra orilla y respiramos. Ya estábamos en Níger, ya estábamos en casa. Nos esperaban las hermanas de Gaya e Isidro que, a pesar del cansancio y de los nervios encendieron nuestra alegría. Habíamos vuelto a nuestro hogar y ya todos los rostros inundaron nuestra mente con todos los proyectos que cotejábamos al calor de unos sueños vocacionales. Mañana iré a visitar la escuela de Koirategui y pasado a los reclusos de la cárcel ¿sigue todavía el mismo director? Sigue el mismo director que he ido a saludar esta mañana y a los internos que solemos visitar y ayudar; me han recibido con un té tuareg denso y dulce como el amor. (El tuareg toma el té en tres veces, el primero es amargo como la vida, el segundo dulce como el amor y el tercero suave como la muerte).

Me he dado cuenta de que en estos meses de confinamiento en España se me ha escapado la lengua Dendi. He olvidado muchas cosas que aprendí, qué cabecica, y voy a tener que meterme de lleno en la lengua y sus culturas y tradiciones que ha venido acarreando este magnífico río durante siglos: el reino fulani o peul, el reino djerma o el imperio songhay. Con la gracia de Dios. Que Él os guarde”.

 

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