“He encontrado el tesoro escondido”

  • On 7 de marzo de 2025

OMPRESS-MADRID (7-03-25) A sus 34 años, Ruth Balbás hizo una experiencia misionera de verano en Perú. Lo que iba a ser un voluntariado temporal trastocó su vida por completo. A la vuelta, sabía que tenía que dejarlo todo para ser misionera en Moyobamba, en el Hogar Nazaret con el Padre Ignacio María Doñoro, donde acogen a los niños más pobres de los pobres. Allí estos “pequeños crucificados” se sienten amados quizá por primera vez en su vida y recuperan su dignidad de Hijos de Dios. En su paso por Madrid, hablamos con esta misionera laica de la diócesis de Santander.

P: ¿Por qué eres misionera laica? ¿Cómo llegas a esto?

Yo estudié Farmacia y luego tuve una farmacia en un pueblo muy pequeñito de Palencia, en un entorno rural. La verdad es que yo sentía esa vocación de acompañar a las personas mayores que en muchas ocasiones, en el entorno rural -por falta de medios de servicios o porque los hijos muchas veces están lejos-, están bastante desatendidos.

Y ahí estaba yo, desarrollando mi labor, feliz con mi vida. Con mis amigas, saliendo… las cosas normales y habituales de mi edad. Pero tenía una inquietud misionera que no había cumplido, y una amiga me buscó un voluntariado para ir de misiones. Me dijo que podía ir a Perú, al Hogar Nazaret, en contra de los deseos del Padre Ignacio María Doñoro, que por aquel momento no acogía voluntarios y no quería. Pero bueno, allí acabé.

Una vez que llegué allí ya me enamoré irremediablemente de la obra y nació en mí el deseo de dejarlo todo. Y es curioso, porque cuando me subí al avión de vuelta me dije: ‘esto no es algo que voy a recordar, como una experiencia más, o un voluntariado bonito. Yo me estoy yendo a España para poner las cosas en orden y me vuelvo para acá porque he encontrado un tesoro escondido’.

P: ¿Y qué viste allí como para sentir haber encontrado el tesoro escondido?

Vi a Dios. Sentí una presencia de Dios increíble en la casa. No sé cómo describirlo, la verdad. Le veía en los niños crucificados, le veía en la alegría de la casa. Porque a mí lo que más me sorprendió en principio es que, sabiendo las historias tan duras que traían, cómo era posible que el ambiente de la casa no fuera de reformatorio o de orfanato; lleno de rencor, o de angustia, o de tristeza… Sino que había una alegría en la casa y se sentía paz y amor. Eso no lo puedo explicar. Tenemos la presencia de Dios, tenemos al Santísimo en la casa, vivimos muchísimos momentos de oración que nos tienen completamente conectados a Dios, vivimos la Santa Misa frecuentemente y la vivimos de una manera que no puedo describir.

Hay que estar en una de esas Misas, para mí es ver que Dios baja a la Tierra, pero no a cualquier lugar, sino al infierno, donde están los niños crucificados, donde están los últimos. A un sitio donde nadie se quiere quedar, viene Él y se deja comer por estos niños y quiere estar con ellos lo más unido posible. A mí me emociona muchísimo. Eso es lo que lo que sentí, es la presencia de Dios en ellos, en los niños y en la casa.

P: Tú querías quedarte allí, pero como bien has dicho, el padre Ignacio María no acoge ningún tipo de voluntarios. ¿Qué vio en ti?

No tengo ni idea, habría que preguntárselo a él, la verdad. Yo recordaba muchísimo las palabras de Santa Bernadette Soubirous, que tenía una frase que a mí me encantaba, que es: ‘menos mal que no hay en la tierra una niña más tonta o más ignorante que yo, porque entonces la Virgen se la hubiera parecido a ella’. Y yo la verdad es que recordaba eso siempre en la casa, porque tuve el regalazo de sentir muy fuertemente la presencia de la Virgen María en la capilla. Y entonces me dije: ‘Aquí está la Virgen María, su madre está con ellos. Pues yo también quiero estar aquí’. Ese fue mi tesoro escondido, dije ‘yo tengo que estar aquí, porque donde voy a estar mejor’.

P: En la parábola del tesoro escondido, el hombre vuelve a esconder el tesoro, se va, vende todo lo que tiene, y vuelve para poder comprar este campo. ¿Cómo fue este proceso?

Fue complicado, porque Dios quiere una cosa, pero el demonio también molesta, Y hay muchas tentaciones y obstáculos. Fue muy difícil para mí conseguir venderlo todo, dejarlo y venirme. Yo llamaba al Padre Ignacio María Doñoro desesperada porque cada vez que superaba un obstáculo aparecía otro.

Fueron dos años en los que tuve a los niños y niñas del Hogar rezando sin descanso. Yo ya pensé que me iban a coger manía los pobres, pero al final, Dios tenía más ganas, tenía más urgencia. Conseguí dejar todo a pesar de todas las tentaciones. Al principio mis amigas creían que estaba loca, pero aunque me apoyaron al final, hacían muchos comentarios… La tentación más grande siempre era ‘aquí puedes hacer mucho, aquí puedes hacer mucho bien… Quédate, vete solo los veranos’. Y yo me decía: ‘ya, pero si a mí me han llamado a esto, ¿quién sino va a responder a esta llamada? ¿Quién se va a quedar con ellos? ¿Quién se va a quedar allí consolando el corazón de Cristo con los desheredados de la Tierra? Si a mí me han llamado para esto, pues tengo que ir yo’.

P: ¿Qué es lo más duro a lo que te enfrentas día a día allí en el Hogar Nazaret?

Lo más duro es ver a los niños crucificados, es encajar las historias con las que llegan. Yo pido muchas veces que no me insensibilice, porque cada historia que llega es más dura que la anterior. Siempre decimos que ha llegado lo más bestia a la casa y al día siguiente llega otra cosa que deja la del día anterior en pañales.

Lo más difícil es encajar esto, porque además uno se empieza a hacer preguntas… ¿Cómo es posible que les pasen cosas así a criaturas tan inocentes? Lo importante es no endurecer el corazón y no juzgar. He aprendido muchísimo a no juzgar, a tener humildad, porque las circunstancias allí son más difíciles, y no podemos juzgar a una madre que ha vendido a su hijo, o cosas así.

Pero todo lo compensa cuando, al pasar el tiempo, ves que niños que llegaron rotos a nivel físico, psicológico y espiritual, han podido mejorar, sonreír, les ves alegres, sanos y felices… En una palabra: he visto una cosa que es muy difícil para ellos, han aprendido a amar. Muchas veces son supervivientes, se mueven por interés o por otro tipo de motivaciones. Y verles que son capaces de amar a sus hermanos -porque somos todos hermanos, eso es lo que nos une, la sangre de Cristo, somos una familia-. Y ver cómo se preocupan por sus hermanos, cómo les prestan la ropa cuando les hace falta, cómo se chinchan también entre ellos -porque son hermanos, lógicamente-, pero cómo se preocupan… Les ha sanado Dios.

P: ¿Eres cooperante o misionera laica? ¿Qué diferencia hay?

Cuando decidí venirme me ofrecieron las dos vías: podía ir como cooperante o como misionera. Y yo no quería ir por lo civil… Si me caso, me caso por lo religioso. Somos católicos, ¿no? A mí me envió mi obispo de Santander al obispo de Moyobamba, para la labor concreta de servir en el Hogar Nazaret.

Para mí la diferencia es súper importante. Tengo gran admiración por los cooperantes, porque yo no podría… Si hubiese ido como cooperante, seguramente ya no estaría allí, porque son cosas tan duras que sin Dios, no sé cómo habría seguido adelante sin caer en el cinismo o en la desesperanza. Para mí, mi ‘chute’ de energía es la Misa, el Sagrario, la oración… Especialmente el Rosario, hay que ver cómo lo rezamos en la Casa… Además, tenemos un grito de guerra: el día en que dejemos de rezar el Rosario, la casa se hunde.

Para mí es súper importante haber ido como misionera. Además, me llamó muchísimo la atención que después de tantos siglos, yo pensaba que todo aquello estaría evangelizado, pero nada más lejos de la realidad. Hay caseríos, comunidades alejadas de la montaña donde se siembra el café y el cacao, a los que no ha llegado nunca un sacerdote, nunca han escuchado la Palabra de Dios.

Entonces, claro, los valores y ética que hay allí es pagana, y a veces también hay mucha brujería, mucha magia. Entonces verdaderamente hace falta esa evangelización, hace falta que llegue la Palabra de Dios a esos lugares. Eso es realmente lo que lo que les cambia, lo que les sana. Es Dios.

Yo con mis fuerzas humanas no podría conseguir lo que se consigue en el hogar Nazaret: restaurar una persona en todos los sentidos. Es verdad que hacemos una labor súper importante de alimentación, de cuidar… Muchas veces les complementamos con vitaminas porque llegan a la casa con unos estados de anemia bestiales, con incluso con sarna, unas parasitosis que asustan. Es verdad que físicamente les intentamos cuidar. Pero hay un punto más allá que por mis fuerzas humanas yo no conseguiría.

Muchas veces incluso han llegado con diagnósticos que rayan ya la enfermedad psicológica, niños que parecen autistas, que ni miran ni hablan. Y poco a poco, la que decían que era autista ahora es una niña súper alegre, vivaz, que habla con todo el mundo, que no se calla ni debajo del agua.

Yo venía acostumbrada de la farmacia de aquí, del Primer Mundo, a que los ansiolíticos y los antidepresivos ahora mismo son lo que más se dispensa, tristemente. Con esto no quiero estigmatizar, porque es cierto que a la salud mental hay que cuidarla. Pero claro, que allí puedan sanar heridas tan bestias y que no nos haga falta un antidepresivo, sino que es el Sagrario, la oración y el Rosario, que el sentir amor, el reflejo del amor de Dios por primera vez en sus vidas…

P: ¿Cuál es tu rutina allí en el hogar Nazaret?

Madrugamos mucho, nos levantamos a las 5:30h y hacemos la oración de la mañana. Es lo primero que hacemos. Nos consagramos a la Virgen María y a San José, y rezamos al Espíritu Santo.

También los niños hacen la oración. Luego ordenan un poco sus cuartos. Pasamos a desayunar, luego tienen las clases; a media mañana, y les damos un refrigerio porque hacemos cinco comidas al día. Al principio, cuando llegan a la casa, a muchos les cuesta porque hay algunos que están acostumbrados a comer igual una vez a la semana. El criterio de ingreso en la casa es muy exigente, porque no acogemos a los pobres, si no a los más pobres de los pobres. Por ejemplo, si tienes una silla en casa ya no eres tan pobre. Poco a poco les vamos educando en la alimentación.

Después pasamos a comer, luego tienen hora para hacer los deberes. Tienen también muchísimo deporte porque eso también ayuda en todos los sentidos. Tenemos una hora de catequesis también todos los días, rezamos el Rosario, cenamos, tenemos la Misa y luego ya se acuestan.

P: ¿Tienen muchos momentos de oración?

Sí, también rezan antes y después de cada clase, y a las 12:00h el Ángelus, incluso también rezan para bendecir la mesa. Tenemos una oración que es como muy natural. No sé cómo explicarlo, no es nada que a ellos les fuerce, les sale a ellos. A mí me encanta verles rezando el rosario con una naturalidad como el que habla con su madre por teléfono. Es así, tal cual.

P: ¿Y no sientes impotencia por todos los niños a los que no podéis acoger?

Siempre que voy con la camioneta por las calles me digo que me los llevaría a todos. La verdad es que sí. Las casas que tenemos son muy grandes -la casa de las niñas, por ejemplo, es una réplica del Rocío y la casa de los niños es un cortijo andaluz-, y cuando llegan los voluntarios se quedan impresionados. Puede parecer exagerado, pero ojalá lo hubiésemos hecho todavía tres veces más grande, porque a todos me los quiero llevar, la necesidad es muy grande. Sin embargo, nosotros tenemos el carisma y la vocación de acoger al más pobre de entre los pobres.

P: ¿Qué le dirías a algún joven que sienta la vocación misionera? ¿La vocación misionera es algo a tener en cuenta, te la habías planteado alguna vez?

¡Sí! Pero claro, lo pensé para un tiempo, para un rato. Pero sí, si alguna persona siente la vocación misionera, le diría que no tenga miedo. Cada vez leo el Evangelio de una forma más literal, no es un símbolo ni una metáfora: lo dice todo clarísimo. Y es que realmente recibes el ciento por uno ya aquí. Vende todo lo que tienes, déjalo todo, regalárselo a los pobres y sígueme. Es que es así, no son palabras bonitas: realmente si lo haces vas a tener el ciento por uno. Y a mí la verdad es que me está compensando.

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