¡Es un honor poder ser testigos y confesores de lo que Dios ha hecho en nosotros!

¡Es un honor poder ser testigos y confesores de lo que Dios ha hecho en nosotros!

  • On 4 de octubre de 2021

OMPRESS-SAN SEBASTIÁN (4-10-21) Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián, en la carta dirigida a sus diocesanos con motivo del próximo Domund, del 24 de octubre, recuerda que el anuncio de la Buena Nueva no solamente conlleva la cruz, sino que también es fuente de alegría y de paz.

“El lema elegido para el Domund 2021, ‘No podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído’, me trae a la memoria el pasaje de la curación del ciego de nacimiento narrada en el capítulo noveno de San Juan. Los fariseos no están dispuestos a dar crédito a la acción milagrosa que Jesús había realizado, e interrogan a los padres y al hijo que había sido ciego, con la pretensión de desacreditar el signo realizado por Jesús.

En medio de esta presión que los fariseos ejercen en su interrogatorio, los padres acaban ‘poniéndose de perfil’: ‘Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos; y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse’ (Jn 9, 20-21). Por el contrario, quien ha experimentado la curación, no puede por menos de dar cuenta de la gracia recibida: ‘Yo solo sé que era ciego y ahora veo’. Y no solo eso, sino que responde a las insidias de los fariseos: ‘Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es piadoso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder’. Le replicaron: ‘Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?’. Y lo expulsaron.” (Jn 9, 30-34).

Ser expulsado de la sinagoga en aquel tiempo era algo muy grave, hasta el punto de ser convertido en un proscrito social… Acaso los padres de aquel joven le habrían advertido más de una vez, que era mejor ser prudente, y no correr riesgos innecesarios con las palabras. Sin embargo, él no podía callar: ‘Yo solo sé que era ciego y ahora veo’.

Alguien dijo que los argumentos se pueden discutir, pero que los testimonios no se pueden sino escuchar con respeto, para posteriormente tomar una postura ante ellos. Al igual que es responsabilidad de cada uno de nosotros el abrirnos o el cerrarnos al testimonio que se nos da, también es nuestra responsabilidad proclamar ante el mundo las obras que Dios ha hecho en nosotros, al modo que lo hizo María: ‘porque el Señor ha hecho obras grandes en mí, su nombre es santo’.

Ser misionero no es solo hacer obras buenas, sino también ‘anunciar y compartir lo que hemos visto y oído’. Bien es cierto que no debemos plantear falsas contraposiciones entre ‘hacer’ y ‘anunciar’, ya que el mismo Jesús hizo presente el Reino de Dios con palabras y obras. Pero también es cierto que en el referente imaginario mayoritario, la palabra misionero tiene muy poco que ver con el anuncio de la Buena Nueva del Evangelio. En este clima materialista en el que vivimos, se ha llegado a secularizar la solidaridad y hasta la misma caridad. ¿Es posible tal cosa? ¿Pueden secularizarse la solidaridad y la caridad, cuando es un hecho que brotan de la encarnación del Verbo –solidarizado con la condición humana— y de la redención de Cristo – ‘nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos’—?

A los hechos nos remitimos: Le escuché en una ocasión al cardenal Mons. Fernando Sebastián, quien fue arzobispo de Pamplona, que es una paradoja que los mismos países que llevaron el Evangelio de Jesucristo a América y a África, hayan sido los mismos que han difundido el germen de la secularización y de la descristianización. Por lo tanto, el riesgo de que la misma solidaridad y la caridad sean de facto secularizadas, es una realidad. Y la causa principal es que se han desligado del anuncio explícito de la persona de Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. A base de tocar una melodía sin letra, con el paso del tiempo, hemos dejado de entender su significado. ¡Música y letra están llamadas a iluminarse mutuamente!

Como le ocurrió a aquel ciego de nacimiento al que Jesús devolvió la vista, también en nuestros días la confesión del testimonio de fe en Jesucristo puede resultar dificultosa. De hecho, no es infrecuente comprobar cómo quienes han asumido los criterios mundanos, se quedan desconcertados cada vez que la Iglesia, en vez de limitarse a repetir aquellos valores asumidos desde lo políticamente correcto, va más allá, afirmando la peculiaridad de lo específicamente cristiano. Si a aquel ciego de nacimiento se le expulsó de la Sinagoga por haber confesado a Cristo, también todo misionero, todo cristiano, debe estar preparado para padecer incomprensión…

Impresiona escuchar la sentencia final pronunciada por Jesús en el episodio del evangelio de San Juan al que nos estamos refiriendo: ‘Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del hombre? Él contestó: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?’. Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es. Él dijo: Creo, Señor. Y se postró ante él. Dijo Jesús: Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos’ (Juan 9, 35-39). En efecto, en la medida en que anunciamos lo que hemos visto y oído, Dios iluminará nuestras tinieblas; mientras que, si lo silenciamos o nos avergonzamos de ello, padeceremos la ceguera y sordera del alma.

Dicho lo cual, no podemos olvidarnos de que el anuncio de la Buena Nueva no solamente conlleva la cruz, sino que también es fuente de alegría y de paz. ¡Qué gozo tan grande poder proclamar al mundo la esperanza del Evangelio! ¡Es un honor poder ser testigos y confesores de lo que Dios ha hecho en nosotros! ¡Fuera complejos y fuera miedos! Recuerdo una de esas genialidades del Papa Francisco, en la que dirigiéndose a un grupo de jóvenes exclamaba: ‘¿¡Gritas un gol y, sin embargo, no alabas con fuerza a Dios!?’.

¡¡Gloria a Dios por sus obras, porque infinita es su misericordia!!”.

 

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