Desde una cárcel de Kinshasa

Desde una cárcel de Kinshasa

  • On 4 de febrero de 2019

OMPRESS-CONGO (4-02-19) Las Misioneras Combonianas comparten el testimonio – con el título “Siempre es posible recomenzar” – de una de sus hermanas, Anna Brunelli, que escribe desde Kinshasa, Congo. Llegó allí en 1975. Como enfermera ha trabajado mucho en el campo de la sanidad, con leprosos, ciegos, epilépticos… Ha visto crecer comunidades cristianas… y también ha estado en Togo donde estuvo nueve años para abrir dos comunidades de Misioneras Combonianas. Desde 2012, esta misionera italiana está en Kinshasa, presente sobre todo en la prisión de Makala, una construcción hecha para 1.500 presos y que alberga más de 7.000.

“En mi trabajo en la prisión de Makala en Kinshasa, (RDC) encuentro siempre el momento de testimoniar el amor de Dios entre esta parte de la humanidad que sufre en sus corazones, en sus espíritus y en sus cuerpos, y ofrezco mis servicios para paliar las necesidades que surgen, sobre todo cuando se trata de rezar con ellos, participando en la liturgia, etc.

Este año ha llegado un nuevo sacerdote, el padre Julien Mumpwena (O.M.I) que es profesor en la universidad y que se ocupa del trabajo pastoral en la cárcel de modo parcial. Por ello me encuentro que en muchas ocasiones los domingos tengo que ir buscando algún sacerdote que pueda celebrar la Misa a los internos. Muchas de las responsabilidades de la capellanía al interior de la cárcel recaen sobre mí. He tenido que seguir los trabajos de reparación del almacén de Caritas porque los cimientos cedieron. Hemos tenido que comprar una gran tienda y hacer un suelo de cemento en el patio de la cárcel, para poder acoger el curso de informática…

Los cursos de alfabetización tanto en francés como en inglés avanzan bien y los internos participan mucho. Este año hemos organizado algo mejor el curso de informática, hemos hecho tres grupos para que pudieran tener acceso más internos. Yo sigo estos cursos en todo lo que toca la logística, el material, etc. pero los alumnos y los profesores son los mismos internos que ofrecen este servicio gratuitamente para ayudar a sus compañeros.

En noviembre del año anterior iniciamos también este curso de informática con los menores, porque también hay menores en la cárcel de Makala. Con las mujeres he podido organizar el curso de alfabetización, pero en este caso los profesores son externos. En total tengo más de 80 alumnos entre todos los cursos.

También otro trabajo importante es seguir adelante con la comisión Justicia y Paz, que es la que hace el servicio de seguir la documentación judicial para aquellos a quienes la justicia ha olvidado o que no tienen los medios para pagar a ningún abogado.

En este año 2018 han sido liberados 192 detenidos, de los cuales habíamos ayudado económicamente a 82 a través de la capellanía católica. Aquí también hay que decir que he tenido que intervenir en muchos casos a nivel de comida y de cuidados de salud en casos de extrema necesidad. Eran personas que no recibían ninguna visita y yo les compraba los medicamentos.

A veces no todo ocurre de modo positivo. En Montgafula, las hermanas combonianas tenemos un centro que acoge a las mujeres que salen de la cárcel para ayudarlas en su camino de recuperación y de readaptación a la vida. Conocí a dos chicas en la cárcel que querían, cuando saliesen de allí, ir a nuestro centro. Durante mucho tiempo las seguí, pero al momento de salir de la cárcel una no quiso saber nada del centro y terminó en la calle.

Con la otra tuve que moverme muchísimo para que apareciera su documentación que no se sabía dónde la habían puesto… finalmente la documentación llegó al tribunal y la chica quedó liberada. Al inicio estuvo un tiempo con nosotras en Montgafula y parecía que todo iba bien. La pusimos en contacto con su familia, fue a visitarlos y se la veía contenta, pero al momento de regresar a nuestra casa se echó atrás y se dedicó también a la calle.

Una cosa simpática la vivimos en Navidad, cuando el embajador italiano y su mujer decidieron ir a visitar a las mujeres de la cárcel de Makala. Organizaron un concierto para recaudar fondos y con todos los permisos necesarios llegaron a la cárcel donde fueron recibidos como en ningún otro lugar. Hubo cantos, bailes, regalos, una buena comida… y allí estábamos nosotras también para celebrar y festejar con todos los internos y con todo el equipo con el que trabajamos en la cárcel”.

 

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