Pastorcitos de Fátima, los niños misioneros de la Virgen

Pastorcitos de Fátima, los niños misioneros de la Virgen

Pastorcitos de Fátima, los niños misioneros de la Virgen

  • On 13 de mayo de 2022

Lucía tenía 10 años, Francisco 9 y Jacinta 7; eran primos y vivían en un pueblito de Portugal llamado Aljustrel (Fátima). Eran los tiempos de la Primera Guerra Mundial, pero el día a día de estos niños en su aldea era tranquilo. Como pastores, pasaban el día acompañando el rebaño de ovejas de su familia, hasta que el 13 de mayo de 1917 ocurrió algo extraordinario que cambió por completo sus vidas. La Virgen María se les apareció para darles un mensaje importantísimo: el corazón de Jesús estaba triste porque muchos se apartaban de él, y ellos habían sido elegidos para remediarlo. ¿Cómo? Rezando el Rosario todos los días y ofreciendo pequeños sacrificios para salvar a los pecadores.

A Jacinta le encantaba bailar y jugar en medio de las ovejas; alguna vez las llevaba cargadas sobre los hombros. La niña tenía un corazón bueno y sensible, pero en los juegos se enfadaba y siempre quería tener razón. Su hermano Francisco era todo lo contrario: era muy tranquilo y algunos niños no querían jugar con él, porque les parecía un poco aburrido. Sus amigos eran los pájaros y también un flautín, que tocaba con frecuencia. Lucía era la mayor de los tres primos, y Francisco y Jacinta solían hacerle caso.

Un día, el 13 de mayo de 1917, mientras estaban cuidando a las ovejas en un sitio llamado Cova de Iría, se les apareció la Virgen. Esto es algo excepcional, que ha pasado pocas veces en la historia, pero la Virgen María quiso hablar a estos niños para que fueran sus “misioneros” y dijeran al mundo que iba por mal camino. La guerra era solo un ejemplo del desastre al que nos conduce olvidarnos de Jesús.

Desde la primera aparición (luego habría cinco más), la Virgen les dijo que ellos irían al cielo, pero que antes tendrían que rezar mucho para que volviera la paz al mundo, y ofrecer sacrificios para que quienes hacían cosas malas cambiaran de vida. Los niños aceptaron enseguida, porque habían quedado deslumbrados por la belleza y bondad de la “Señora del Cielo”, como llamaban a la Virgen.

Uno de los mayores sufrimientos de los tres fue comprobar cómo ni siquiera sus familias les creían. Incluso la policía les interrogó y les llevó a la cárcel, amenazándoles para que se desdijeran de lo que habían contado, pero no tuvieron miedo y se mantuvieron firmes. Además, todo el pueblo se burlaba de ellos. Una vecina les pegaba e insultaba… hasta el día que, espiándolos, les escuchó decir: “Hoy no vamos a jugar, vamos a rezar por esa mujer que nos maltrata”. Y, desde entonces, comenzó a cambiar.

Los niños le pidieron a la Virgen que hiciera un milagro para que la gente les creyera y Ella les dijo que lo haría el 13 de octubre. Ese día, mucha gente que había acompañado a los pastorcitos a Cova de Iría vio algo asombroso: cómo el sol daba tres veces la vuelta sobre sí mismo. Muchos empezaron a creer y a pedir a los pastorcitos que intercedieran por ellos ante Nuestra Señora.

Desde que veían a la Virgen, los niños comenzaron a rezar cada vez más y a esforzarse por alegrar los corazones de Jesús y su Madre. Antes de las visitas de la Virgen ya rezaban el rosario, pero, para hacerlo más corto, decían solo las primeras palabras del padrenuestro y el avemaría. Sin embargo, después de la primera aparición decidieron abandonar este “truco” y rezar las oraciones completas. Además, comenzaron a privarse de las meriendas, dejando lo que más les gustaba (los higos y las uvas) o dándoselo a las ovejas. Y hacían muchos otros pequeños sacrificios por la Virgen y Jesús.

Dos años después de las apariciones, Nuestra Señora se llevó al cielo a Francisco, que murió en su casa, rodeado de su familia. Su hermanita Jacinta murió un poco después, sola, en un hospital de Lisboa. La Virgen les dio fuerzas en la enfermedad y ellos fueron felices a reunirse con Ella en el cielo. Lucía escribió un par de libros contando muchas cosas de sus primos y sobre el mensaje de Fátima, y murió en Coimbra a los 98 años, siendo monja carmelita.

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