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Es un proyecto dirigido a niños de 6 a 12 años de colegios, parroquias o familias.
Con este material, que se actualiza cada año, los niños descubrirán a Jesús Niño.
Conocerán la vida de los misioneros, serán testigos solidarios y generosos. Sabrán lo que ocurre en el mundo y compartirán lo que de verdad importa.
En esta página presentamos una guía para trabajar la dimensión misionera de los niños a través de un itinerario de cuatro años, 2019-2022.
Jesús ya está entre nosotros, es un recién nacido. Comenzamos un recorrido de Nazaret a Belén con María y José para descubrir el sentido misionero del nacimiento de Jesús y todos los acontecimientos que lo rodearon.
Propuestas de Trabajo
Primer curso 2018-2019
Jesús está creciendo en brazos de José y María, ahora es un “refugiado” en Egipto. Viajaremos con la Sagrada Familia de Belén a Egipto para descubrir el sentido misionero de este tiempo de huida y persecución.
Propuestas de Trabajo
Segundo curso 2019-2020
La familia vuelve a casa. Jesús crece en sabiduría, estatura y gracia. Caminamos desde Egipto hacia el hogar de Nazaret, donde descubrimos el sentido misionero de la
vida en familia y la infancia oculta de Jesús.
Propuestas de Trabajo
Tercer curso 2020-2021
Jesús ya es un niño mayor. Le acompañaremos en su viaje a Jerusalén para descubrir el sentido misionero de la visita al templo. Recordaremos cómo años atrás, fue
presentado allí como luz para alumbrar a todos los pueblos.
Propuestas de Trabajo
Cuarto curso 2021-2022
Estamos llegando al final de este recorrido por la infancia de Jesús. En este curso, acompañamos a Jesús, que ya tiene unos 12 años, hasta Jerusalén. Un lugar de peregrinación, abarrotado de gente. Un tiempo perfecto para preguntar a Jesús qué quiere de mí.
Durante este curso, descubriremos algunas costumbres que tenía Jesús en su infancia. Viviremos el curso misionero contando lo que hemos visto y oído y acompañando a la Sagrada Familia en esos días tan intensos que vivieron en Jerusalén. Dios te busca, igual que María y José buscaban a Jesús mientras el pequeño estaba en el Templo.
Y tú, ¿buscas a Jesús en tu día a día? ¿Quieres descubrir lo que te está pidiendo Dios, hoy, a ti? Súmate a esta aventura que te cambiará la vida. Contamos contigo, pequeño misionero.
“Con Jesús a Jerusalén”. Nazaret era el pueblo tranquilo; Jerusalén, la gran ciudad que albergaba el templo, al que acudían judíos llegados de todas partes para dar culto a Dios. Allí fue también la Sagrada Familia para presentar a Jesús, al poco de nacer, y allí volvía cada año para la fiesta de la Pascua. A los doce años, Jesús se quedó solo, entre los maestros del templo, sin que sus padres lo supieran. Las primeras palabras que conocemos de su boca —justo entonces— hablan de ocuparse de las cosas de su Padre, y así lo haría hasta el final, entregándose en la cruz por todos, precisamente en Jerusalén.
“¡Luz para el mundo!”. Cuando sus padres presentaron al Niño en el templo, siendo apenas un bebé, Simeón lo reconoció como “luz para alumbrar a las naciones”. Lleno de Espíritu Santo, aquel anciano fue capaz de percibir la presencia del Mesías. También los misioneros, llenos de Dios por la oración, llevan al mundo la luz de Jesús, que ilumina la vida de las personas y los pueblos. Nosotros, como ellos, estamos llamados a hacer brillar ante todos la luz de Cristo.
Este curso, en el proyecto que desde Infancia Misionera se ha ido haciendo, esa peregrinación es todavía más evidente: acompañamos a la Sagrada Familia a Jerusalén. Jesús tiene 12 años y sube con sus padres, como marca la ley y el buen hacer, a presentarse en el templo. Jesús también actúa como peregrino. Y, en nuestro caso, ese acompañamiento peregrino lo hacemos en este Año Santo Compostelano extraordinario, en el que tantísima gente está caminando al encuentro del Apóstol.
La peregrinación es una experiencia rica para nuestra vida de seguimiento al Señor: aprendemos a prescindir de muchas comodidades que se nos han ido pegando al corazón; a no poner la confianza en nosotros mismos, puesto que no dominamos las circunstancias que debemos vivir; a avanzar a pesar del cansancio y de las dificultades con las que nos vamos encontrando; a caminar al ritmo de otros que nos acompañan, y que tienen, como nosotros, sus dificultades y necesidades; a ayudar a quien ya no puede más, y a ser ayudados por los otros, descubriendo de forma clara que la Iglesia es familia y es encuentro. Esa experiencia es la que tuvo, sin duda, Jesús, y con Él, María y José. ¡Y nosotros con ellos! Eso queremos que vivan los niños en este año: la experiencia de la peregrinación, que siempre termina con el encuentro del hombre con Dios y de Dios con el hombre.
Subir a Jerusalén con Jesús es descubrir, junto con el Señor, que tenemos una tarea, una misión; que hemos de ocuparnos de las cosas de nuestro Padre Dios (cf. Lc 2,49). Tarea para la que nos ha pensado, para la que nos ha creado con un profundo amor, para la que nos ha regalado los talentos que necesitamos; y tarea a la que Él nos va a enviar. Y nos envía como misioneros a llenar este mundo de la esperanza y de la alegría del Evangelio.
Oímos con frecuencia que nuestro mundo necesita de misioneros. También se dice, con toda lógica, que los niños son los verdaderos misioneros entre los niños, como los jóvenes lo son entre los jóvenes. Las dos cosas son absolutamente ciertas. Por eso, debemos tomarnos muy en serio ayudar a los niños a ser conscientes de que su vida es muy importante a los ojos de Dios. Son apóstoles, son misioneros, son evangelizadores entre los suyos, con sus amigos y compañeros, con sus vecinos y amigos, ¡también con sus padres, hermanos y resto de la familia! Enseñarles que su vida es misión es abrirles los ojos a que su vida es una verdadera vocación, una verdadera llamada del Señor a ser sus amigos y, como amigos, portadores suyos.
Jesús sabe que tiene que cumplir con lo que su Padre ha pensado para Él, lo que le ha encomendado. Lo mismo, sin ningún “pero”, nos ocurre a cada uno de nosotros, tengamos la edad que tengamos. Con razón, el Santo Padre Francisco insiste tanto en que cada uno es misión. ¡Yo soy misión! Y de que cada uno de nosotros, y esos niños y jóvenes, vivamos nuestro “ser misión”, dependen muchas cosas grandes.
Evidentemente, la misión nuestra se concreta en el ambiente en que nos movemos, entre los nuestros, donde vivimos, trabajamos, estudiamos, nos divertimos. Ahí somos apóstoles. Pero sería contrario a nuestra condición de cristianos reducirlo tanto: un cristiano tiene el corazón universal. De él depende la Iglesia entera. Y de los niños, de nuestros niños, dependen también los niños de todos esos lugares, físicamente lejanos, pero muy cercanos por la fe, la esperanza y el amor. El amor de Dios abarca el mundo entero, y el niño cristiano debe ir aprendiendo también a amar y sentir como propio todo lo que viven los niños de los cinco continentes.
La Infancia Misionera ayuda a agrandar el corazón y la mente de los niños: a todos nos compete que los pequeños y los jóvenes de todos los rincones conozcan y amen al Señor. Y por ello ofrecemos oraciones, pequeños sacrificios, ¡una limosna!, que harán que nos sepamos responsables de la evangelización, no solo de nuestro alrededor, sino de toda la tierra. Como Teresa del Niño Jesús, el corazón de una persona que ama a Jesús, independientemente de la edad y la condición, abarca todo el mundo. ¡Ayudemos a que los niños se sientan misioneros en el mundo entero!
El encuentro más esperado
“La fiesta de la Presentación de Jesús en el templo es llamada también «fiesta del Encuentro»… Cuando María y José llevaron a su niño al templo de Jerusalén, tuvo lugar el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por los dos ancianos Simeón y Ana…
Observemos lo que el evangelista Lucas nos dice de ellos, cómo les describe. De la Virgen y san José repite cuatro veces que querían cumplir lo que estaba prescrito por la ley del Señor (cf. Lc 2, 22.23.24.27). Se entiende, casi se percibe, que los padres de Jesús tienen la alegría de observar los preceptos de Dios, sí, la alegría de caminar en la ley del Señor…
¿Y qué dice san Lucas de los ancianos? Destaca más de una vez que eran conducidos por el Espíritu Santo… Estos dos ancianos [Simeón y Ana] están llenos de vida. Están llenos de vida porque están animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus peticiones…
He aquí el encuentro entre la Sagrada Familia y estos dos representantes del pueblo santo de Dios. En el centro está Jesús. Es Él quien mueve a todos, quien atrae a unos y a otros al templo, que es la casa de su Padre” (Homilía, 2-2-2014).
El anciano Simeón
“«Mis ojos han visto a tu Salvador» (Lc 2,30). Son las palabras de Simeón, que el Evangelio presenta como un hombre sencillo: un «hombre justo y piadoso», dice el texto (v. 25). Pero entre todos los hombres que aquel día estaban en el templo, solo él vio en Jesús al Salvador. ¿Qué es lo que vio? Un niño, simplemente un niño pequeño y frágil. Pero allí vio la salvación, porque el Espíritu Santo le hizo reconocer en aquel tierno recién nacido «al Mesías del Señor» (v. 26)…
Los ojos de Simeón han visto la salvación porque la aguardaban (cf. v. 25). Eran ojos que aguardaban, que esperaban. Buscaban la luz y vieron la luz de las naciones (cf. v. 32). Eran ojos envejecidos, pero encendidos de esperanza” (Homilía, 1-2-2020).
“Es un hombre ya anciano quien reconoce en el Niño la luz que venía a iluminar a las naciones, que ha esperado con paciencia el cumplimiento de las promesas del Señor. Esperó con paciencia…
En la oración [Simeón] aprendió que Dios no viene en acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros días, en el ritmo a veces fatigoso de las actividades, en lo pequeño e insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su voluntad… La esperanza de la espera se tradujo en él en la paciencia cotidiana de quien, a pesar de todo, permaneció vigilante, hasta que por fin “sus ojos vieron la salvación” (cf. Lc 2,30)” (Homilía, 2-2-2021).
“En las cosas de mi Padre”
“Pongamos ante los ojos de la mente el icono de María Madre que va con el Niño Jesús en brazos. Lo lleva al templo, lo lleva al pueblo, lo lleva a encontrarse con su pueblo. Los brazos de su Madre son como la «escalera» por la que el Hijo de Dios baja hasta nosotros, la escalera de la condescendencia de Dios… Es el doble camino de Jesús: bajó, se hizo uno de nosotros, para subirnos con Él al Padre, haciéndonos semejantes a Él.
Este movimiento lo podemos contemplar en nuestro corazón imaginando la escena del Evangelio: María que entra en el templo con el Niño en brazos. La Virgen es la que va caminando, pero su Hijo va delante de ella. Ella lo lleva, pero es Él quien la lleva a Ella por ese camino de Dios, que viene a nosotros para que nosotros podamos ir a Él.
Jesús ha recorrido nuestro camino, y nos ha mostrado el «camino nuevo y vivo» (cf. Heb 10,20) que es Él mismo… Jesús no vino para hacer su voluntad, sino la voluntad del Padre; y esto –dijo Él– era su «alimento» (cf. Jn 4,34). Así, quien sigue a Jesús se pone en el camino de la obediencia, imitando de alguna manera la «condescendencia» del Señor, abajándose y haciendo suya la voluntad del Padre, incluso hasta la negación y la humillación de sí mismo (cf. Flp 2,7-8)” (Homilía, 2-2-2015).
Comencemos por el lema de esta Jornada. ¿Cómo pueden los niños alumbrar el mundo por medio de la misión?
Recuerdo las palabras de Jesús: “Dejad que los niños se acerquen a mí”. Me atrevo a decir, con esa inspiración del Maestro: “Dejad que los niños sean lo que son…”. Muchas veces tengo la impresión de que queremos y pretendemos comportamientos y actitudes adultas en los niños y niñas. No puede ser. Me emociona verles jugar, reír, hacer alguna trastada. Es la belleza y la inocencia y la grandeza de la infancia. La misión es preciosa. Los niños alumbran con su luz de ternura nuestros corazones, tantas veces endurecidos y envejecidos. Quisiera poder gritarle a este mundo: “Dejad que los niños sean felices; su alegría contagiosa es la misma presencia de Jesús”.
Jerusalén es escenario de dos importantes acontecimientos en la niñez de Jesús: su Presentación y su visita al templo a los doce años. ¿Cómo resumiría el significado misionero de estos pasajes?
Al acercarnos a estos dos momentos de la vida de Jesús no podemos dejar de contemplarle acompañado y buscado por María y José. Ellos nos muestran, de una manera tan bella, la inocencia, la humildad, la cercanía, los deseos de agradar a Dios cumpliendo fielmente la costumbre establecida. No debemos olvidar nunca que la misión, por excelencia, es mostrar el rostro de misericordia y ternura del Padre, de Dios.
En 2022 culminamos un recorrido de cuatro años por la infancia del Señor. ¿Por qué es tan importante remitir a ella para educar a los niños en la misión?
¿Se puede entender la misión, el anuncio del Evangelio, sin volver una y otra vez a contemplar el misterio de Belén? La Encarnación, como dice el papa Francisco, es la “revolución de la ternura”. ¿Hemos perdido la emoción de abrazar y llenar de besos la imagen del Niño Jesús? ¿Se nos conmueven las entrañas? Es todo tan grande y tan pequeño, tan pobre y tan desconcertante… “Y Jesús iba creciendo en sabiduría y en gracia”. Educar a nuestros niños es fundamentalmente enseñarles a Jesús, a conocer a Jesús, a sentirse acogidos y amados por Él.
Desde la perspectiva de su tarea en la Subcomisión Episcopal de Juventud e Infancia, ¿qué valores de los niños y adolescentes pueden reforzar y ser reforzados por la misión?
Voy a responder con Christus vivit: “La clarividencia de quien ha sido llamado a ser padre, pastor o guía de los jóvenes consiste en encontrar la pequeña llama que continúa ardiendo, la caña que parece quebrarse, pero que sin embargo todavía no se rompe. Es la capacidad de encontrar caminos donde otros ven solo murallas, es la habilidad de reconocer posibilidades donde otros ven solamente peligros. Así es la mirada de Dios Padre, capaz de valorar y alimentar las semillas de bien sembradas en los corazones de los jóvenes. El corazón de cada joven debe por tanto ser considerado «tierra sagrada», portador de semillas de vida divina, ante quien debemos «descalzarnos» para poder acercarnos y profundizar en el Misterio” (n. 67). Y, más adelante: “Hay que perseverar en el camino de los sueños”. En nombre de Dios, soñemos, por favor… “Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño” (n. 142). Pues eso.
Usted ha impulsado en su diócesis el centro para menores “Hogar Mare de Déu dels Desemparats i dels Innocents”. ¿Puede haber cierta analogía entre los valores de la misión y el cuidado de niños en riesgo de exclusión social?
“La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza”, dice Francisco. También la medida de nuestra grandeza humana y cristiana vendrá determinada por la respuesta que vayamos dando con nuestra vida práctica a esta pregunta: “¿Qué has hecho con tu hermano?”. “Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Es el “encargo” que nos dejó Jesús: “Que os améis unos a otros, como yo os he amado”. Somos llamados a construir fraternidad a todos los niveles, concretándolo en el hoy de cada día. Entender esto así da lugar a recordar que la alegría, la libertad y el servicio gratuito dan sentido a nuestra vida. Allí, en nuestro Hogar de menores, en sus rostros, veo a Jesús. Allí, cada vez que voy, aprendo más y más del Evangelio.
¿Cuál sería, en definitiva, su mensaje para los niños de cara a esta Jornada?
Primero les pediría que me lo enseñaran ellos a mí, y que me preguntaran cómo puedo y debo ayudarles a ser felices y libres. Y, por supuesto, les animaría, apasionadamente, a conocer más a Jesús y a intentar ser como Él. Como se dice en Fratelli tutti, “todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar” (n. 92).
Erick Almache
La revista Gesto lleva 40 años despertando en los niños el espíritu misionero. Gesto se presenta con un diseño completamente renovado para adaptarse a los niños de hoy.
Es una revista diferente, que busca que los niños descubran su fe y abran su corazón a los demás. Además les brinda la posibilidad de conocer el mundo de la mano de los misioneros de una forma divertida, y se conviertan también ellos, en pequeños misioneros.
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